Ayer por la tarde tuvimos nuestro primer contacto con la Conferencia Diplomática sobre bombas de racimo de Dublín. Lo primero que nos llamó la atención es la peculiaridad del sitio elegido como sede: un estadio de fútbol. El lugar en el que normalmente se disputan los partidos y se celebran y lamentan goles y jugadas sirve ahora como escenario de una cumbre internacional. Desde luego, no es algo muy convencional ver cómo fotos de afectados por las submuniciones de racimo roban el espacio de las paredes a las imágenes de los jugadores.
En los interminables pasillos resuenan mezclados los tacones de las delegadas de los distintos países y las ruedas de las víctimas que han acudido a esta cita para reclamar con su presencia una prohibición que impida que más gente pase por lo que ellos han pasado.
Acreditaciones de distintos colores colgadas al cuello separan y unen a los participantes. Azul para la sociedad civil (las más numerosas donde nosotros nos encontramos); verde para las delegaciones de los distintos gobiernos; amarillo para la prensa y el misterioso rojo que todavía no hemos logrado descifrar a quién corresponde.
Ayer por la noche estos colores se unieron y se mezclaron durante la recepción ofrecida por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Lejos de la formalidad de los entornos oficiales, tuvimos la oportunidad de conocer la gente que se esconde tras las acreditaciones.
La incansable hermana Denis, que ha estado trabajando durante más de 20 años con Kike Figaredo en Camboya, actuó como nuestro lazarillo en medio de tanta gente y nombres y nos fue guiando y presentando a otras muchas personas. Gracias a ella pudimos conocer a Ken, el estadounidense de la sonrisa eterna herido en el 93 en Somalia, que desde entonces ha hecho la eliminación de las “municiones durmientes” (bombas de racimo y minas antipersonales) su lucha. A Clunnareth, el camboyano que desde su silla de ruedas comenta entre entre risas y con una Guiness en la mano que debemos ir a Camboya. Y a muchas otras personas que se han desplazado hasta Dublín, al igual que nosotras, con la esperanza de que los gobiernos aquí presentes prohíban estos “artefactos de muerte”.
En Dublín, Marta san Román, prensa de Greenpeace.