El pasado domingo 20, estaba previsto que el Rainbow Warrior fuera para Amsterdam. Pero ¿cómo irnos dejando atrás a los cuatro compañeros encarcelados? Así pues, largamos amarras para dirigirnos en dirección contraria a la salida de Copenhage y adentrarnos hacia el corazón de la ciudad. Ahora nos hallamos casi frente al palacio de la reina de Dinamarca. Y estamos de vigilia permante: junto a la pasarela, en el muelle nevado, tenemos en foto a los cuatro activistas y una vela les acompaña a cada uno 24 horas al día. Los transeúntes se acercan y ya muchos han escrito palabras de solidaridad a nuestros presos y/o han pedido su liberación. El barco es centro de acogida de todos los compañeros de Greenpeace que están trabajando más directamente en el caso. Tampoco éstos se han ido a casa por Navidad.
Esta noche, estoy de guardia de puerto. Todo está tranquilo, con el silencio de la nieve blanca que todo lo cubre. Reemplazo la vela de Joris que se había apagado. Después la de Nora. Sentada en el puente de mando, tengo frente a mí la pancarta en inglés pidiendo que se haga justicia. Mañana, miércoles, a casi una semana de la detención, seguiremos trabajando sin descanso.Me viene a la cabeza una frase de Einstein: “El mundo es un lugar peligroso. No por las personas que hacen el mal sino por las que no hacen nada al respecto". Hay muchas cosas que se pueden hacer para ayudarnos a conseguir la libertad de nuestros activistas. Cualquier cosa menos quedarse parado e indiferente ante la injusticia porque cuando uno de nosotros es encarcelado, todos nosotros somos los prisioneros. Echo un último vistazo antes de irme a la cama. Ahora me toca la vela de Juantxo. Me voy dejando su cara iluminada.
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Autor: Jesús Zulet |
Sábado 19 de diciembre. La Cumbre de Copenhage ha terminado. Los políticos, delegados y técnicos, los miembros de las diferentes organizaciones y también nuestros voluntarios y trabajadores, gentes venidas de tantos rincones del planeta, todos han vuelto a casa a tomarse su propio “turrón”... ¿Todos? Bueno, no. Ya sabemos que no “todos” porque no todo el mundo es libre para volver a casa. Dando todo nuestro apoyo a los cuatro compañeros que están entre rejas, el Rainbow Warrior y su tripulación junto con unas cuantas personas más de Greenpeace seguimos aquí, en Copenhage. Desde el pasado miércoles, están en prisión preventiva y régimen de incomunicación por decirle a los líderes del mundo, cara a cara, que actúen contra el cambio climático. Entre estas personas, se encuentra Juan López de Uralde, “Juantxo” para los que lo conocemos, la persona al frente de Greenpeace España.
Esa misma tarde del sábado, todos aquellos de la organización que aún quedábamos en la ciudad tras la vorágine, nos unimos en una vigilia ante la puerta de la prisión donde se hayan recluidos. Formamos con velas las palabras “Climate Injustice” (“Injusticia Climática”). Iluminamos las lindes del camino de entrada a la reclusión, que a su vez es la salida a la libertad. Coreamos los nombres de los cuatro con la esperanza de que pudieran oirnos. Reclamamos también, hasta casi perder la voz, que se haga justicia, “Justicia Climática”.
Había una gran esperanza de que los líderes mundiales fueran valientes. Que firmaran ese tan deseado acuerdo ambicioso, justo y jurídicamente vinculante. Pero no fue así cómo acabó esta gran oportunidad histórica de emplear la lógica y la moral. Volvieron a derrotarnos el dinero y la hipocresía. Pero esta vez, lo que estaba sobre el tapete era el futuro de nuestra casa, de nuestro entorno, nuestras vidas, que es esto lo que nos jugamos cuando hablamos del “Clima”. Los verdaderos criminales, estas personas que han decidido sobre la vida de millones de personas y demás seres vivos, se han ido a su casa. A los que han alzado su voz por el futuro del planeta, nuestros cuatro compañeros, se les ha privado de libertad por denunciar que “Los políticos hablan. Los líderes actúan”. Sinceramente, no me puedo explicar cómo los primeros pueden tener sus conciencias tranquilas.
Esto es un mundo del revés. La justicia es la que está entre rejas.
Maite y Ana Carla, marineras a bordo del Rainbow Warrior