Diciembre es oscuro en Copenhague. A las cuatro de la tarde ya se hace de noche. El lugar donde se realiza la Cumbre es un cubículo inacabado, inadecuado para una reunión de este tipo. Las salas de reuniones parecen casi jaulas de plástico, por las que las miles de personas que atienden la Cumbre pasan de una a otra. Parece increíble que en este sitio pueda celebrarse una reunión tan trascendente.
La primera vez que vine a Copenhague era un chaval. Me apunté a un curso de energías renovables allá por los primeros años ochenta. Ya por entonces pude visitar un pueblo que se autoabastecía de energía con un molino eólico y una planta de extracción de biogás de los purines del ganado. Desde entonces Dinamarca ha avanzado mucho en el uso de las energías renovables. El mundo, no tanto.
Realmente las decisiones están en manos de unos pocos: los representantes gubernamentales. Y casi lo reduciría más: Estados Unidos, la Unión Europea y China son los principales jugadores en este escenario.
Sin embargo se nota la presión ciudadana. La presencia de ONG es bien visible, y necesaria. También positiva. Los líderes saben que no será fácil tratar de volver a engañarnos.
Ahora la Unión Europea tiene en sus manos el que la reunión dé un paso adelante. Debe para ello comprometerse a aumentar su compromiso de reducción de emisiones desde el actual 20% al 30%. Esa es la cifra mágica que hoy está en las discusiones de cara a la Cumbre Europea de mañana en Bruselas. Allí los jefes de Estado Europeos deberían moverse de una vez. Veremos.
Hoy los países más afectados por el cambio climático, liderados por Tuvalu han roto la baraja. Han dicho que de seguir así las cosas con ellos que no se cuente. Aunque su poder real es pequeño, tienen la fuerza moral de su lado. De hecho, las negociaciones se han paralizado. Veremos por dónde se retoman mañana. La nota cómica la ponen los países productores de petróleo que utilizan el rollo ese de los emails robados para decir que todo lo del cambio climático es un camelo. Claro que se están poniendo en evidencia así mismos, y a los negacionistas, ya que ahora sabemos a quién interesaba ese asunto tan turbio.
Las cosas están difíciles en Copenhague, pero no debemos dejar que fracasen. La Tierra no puede permitirse un fracaso aquí. Os lo seguiremos contando.
Juan López de Uralde, director de Greenpeace España
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