“Vivo en Gainesville, Florida, y cuando la ruta del huracán [Irma] se movió hacia el oeste y el ojo vino a por nosotros, nos encontramos de nuevo tratando con algo “sin precedentes”. A medida que la ruta prevista seguía cambiando y las carreteras se colapsaban con evacuados, yo sabía que no había escapatoria. Como madre, cuando estaba tumbada en la cama oyendo el viento cada vez más fuerte, pensaba lo temible que es lo que le estamos haciendo a nuestro clima: la urgente desesperación de un clima cambiante pasó de ser algo sobre lo que leía y trabajaba a un pánico latiendo en mi pecho. Yo ni siquiera voy a experimentar lo peor de todo ello, pero mi hija sí.
Salimos directamente. Un gran árbol cayó frente a mi casa y nos quedamos sin luz, cosas que se podrían arreglar rápidamente. A mi alrededor, los ríos y lagos subían [de nivel], ya a niveles máximos tras un verano récord de lluvias. Podría haber sido peor. Para muchos en Florida, lo fue.”
Nuestra compañera de Greenpeace Nicole Sands se quedó en su tierra durante el huracán Irma para dar testimonio de lo que estaba pasando. Desgraciadamente, es solo un ejemplo, ya que en estos mismos días estamos viendo graves inundaciones en el sur de Asia, incendios en Canadá y Estados Unidos, y una ola de huracanes devastando el Caribe y el sudeste de EEUU, desde Harvey, Irma, José y, según escribimos esto, María.
El coste de la reconstrucción tras todos estos sucesos se va a disparar en 2017. Las aseguradoras estiman que solamente Irma les va a costar entre 20 y 40 mil millones de dólares, teniendo en cuenta que muchas calles y ciudades de Florida siguen bajo el agua. Eso solo por las propiedades aseguradas. Aparte está el coste para tantas personas en tantos países donde no hay un seguro que les cubra. Y los valores que el dinero no puede reponer, como la vida.
Los científicos coinciden en identificar que la tormenta fue intensificada por el cambio climático. Y la pregunta que nos hacemos es ¿quién debería pagar por todo el daño causado? Puesto que las compañías de los combustibles fósiles contribuyen de manera desproporcionada al cambio climático, ¿no deberían contribuir igualmente a la reparación?
Un nuevo estudio científico de la Union of Concerned Scientists, la Universidad de Oxford y el Climate Accountability Institute nos aporta luz sobre esta cuestión, ya que han calculado cuánto han contribuido a la elevación global de la temperatura y del nivel del mar las emisiones de cada compañía en particular.
Se calcula que las emisiones atribuidas a los 90 mayores productores de CO2 han contribuido a casi la mitad de la elevación de la temperatura mundial desde 1880, y a alrededor del 30% de la subida del nivel del mar. Si no se hubiese añadido todo ese CO2 a nuestra atmósfera, podríamos no estar sufriendo los desastres climáticos que vemos hoy.
El estudio distingue las emisiones históricas desde 1880 y las más recientes (desde 1980), ya que a partir de entonces las empresas de combustibles fósiles ya tenían suficiente información sobre el impacto de sus productos sobre el clima, y por tanto podrían haber actuado para prevenirlo, cosa que no han hecho.
El análisis cuantifica que la quema de combustibles fósiles de las 20 mayores compañías públicas y privadas entre 1980 y 2010 contribuyó aproximadamente un 16,6% de la subida media de la temperatura global durante ese periodo.
Estos datos pueden servir de prueba en los muchos casos abiertos de demandas judiciales que afectan a las empresas de combustibles fósiles, desde Filipinas hasta California, pasando por Perú o Canadá. Las comunidades más golpeadas por el cambio climático están ya exigiendo responsabilidades tanto a las corporaciones como a los gobiernos. Las personas y las comunidades que sufren los impactos se niegan a ser sacrificadas ante el cambio climático.
Durante mucho tiempo, científicos y ecologistas hemos denunciado que las causas del cambio climático son bien conocidas y hemos advertido de las consecuencias. Ante la tibia o nula respuesta de las autoridades políticas y de las empresas involucradas, unas y otras se arriesgan ahora a cada vez más demandas judiciales por no haber prevenido los daños previsibles del cambio climático a las personas y las infraestructuras.
Científicos, juristas, ONG y víctimas estamos de acuerdo: el cambio climático es un problema de justicia. Que lo digan los tribunales.