¿Cuál ha sido el impacto ambiental del Prestige? Esa es la primera pregunta que nos hemos hecho en Greenpeace al evaluar los daños ambientales 10 años después del hundimiento del buque. Nuestra premisa de partida era sencilla: quisimos recordar aquella frase del entonces, como ahora, Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, que sostenía que “la rápida actuación de las autoridades españolas hace que no temamos por una catástrofe ecológica como ha ocurrido en épocas anteriores”.
Pues bien, el impacto negativo y contundente del Prestige afectó a los recursos vivos y tuvo unas implicaciones inmediatas, tanto desde el punto de vista biológico como desde el punto de vista socioeconómico, y se extendió por toda la cornisa cantábrica hasta el sur de Francia. No es que, a pesar de lo que decía el Ministro, haya existido una catástrofe ecológica, es que ha sido el mayor desastre ecológico acaecido en nuestras costas. El fuel del Prestige fue a parar a uno de los tramos de costa más ricos, diversos y productivos del Atlántico. Diana mortal para especies y hábitats marinos.
A la hora de hablar de los efectos producidos por el vertido del fuel debemos diferenciar, en primer lugar, entre los efectos producidos a corto plazo y los efectos a largo plazo. Los primeros son evidentes, y en el caso del Prestige se les dio mucha publicidad; mientras que los segundos, aunque pasen desapercibidos, no son menos importantes. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que la única circunstancia favorable en el momento en que se produjo el vertido fue que no ocurrió en primavera, de forma que no afectó directamente al principal periodo de reproducción de las especies marinas, lo que hubiese agravado sensiblemente sus consecuencias.
Hay numerosas publicaciones científicas dispersas de la evolución del impacto ambiental sobre fauna y pesquerías. Por ejemplo, la afectación del pulpo ha constituido uno de los mayores lamentos de los marineros. En 2005 y respecto a 2004 se pescó un 45 % menos de pulpo. Otro ejemplo: el ratio de mortalidad de aves, uno de los mayores por causas no naturales de aves marinas a nivel mundial. Las áreas de roca y las playas se llevaron la peor parte, no solo por los efectos del fuel sino también por la agresividad de la limpieza. Las excavadoras invadiendo los arenales, arrastrando arena y algas, refugio y fuente de alimentos, y las mangueras a presión que repasaron las superficies rocosas acabaron de rematar el desastre. La capacidad de agarre del producto, muy denso, provocó la asfixia de todo ser vivo y cayó sobre una manta mortal sobre los fondos.
El impacto del Prestige en aguas profundas ha sido difícil de evaluar. La investigación científica es de gran complejidad técnica y muy limitada en el tiempo, no solo por los frecuentes temporales en la zona, sino también por el alto coste de las campañas científicas. Tampoco ha existido mucho interés administrativo para conocer las consecuencias ambientales, de hecho, la Administración central constituyó en diciembre de 2002 un Comité Científico Asesor que finalizó sus trabajos en febrero de 2003, tan solo tres meses después.
Los hidrocarburos del Prestige se han acumulado principalmente en el sedimento y la red trófica bentónica ha sido la vía de entrada preferente de contaminantes en las comunidades bióticas, por procesos de bioacumulación. Este efecto no ha desaparecido, los contaminantes pasaron de una bodega de un barco al mar. Y una vez incorporado en la cadena trófica ya está incorporado en el océano, para siempre.
Y mientras repaso las palabras de aquellos que no vieron peligro ambiental en el buque, vuelve a mi recuerdo la imagen de un delfín muerto sobre la mesa de necropsias en el IEO de Vigo. Aquel animal no llegaba a las 24 horas de vida, no tenía siquiera la primera leche en el estómago que le debiera haber ofrecido su madre nada más nacer. No había nada en ese estómago, sólo una gran mancha negra viscosa y sucia que se extendía por todo su pequeño cuerpo. Qué pena que los verdaderos responsables del desastre no estén sentados en el banquillo de los acusados y qué pena que, por tanto, no se pueda compensar toda la naturaleza perdida. Quien contamina, ¿paga?
Pilar Marcos (@PilarMarcos), responsable de la campaña de Costas de Greenpeace España
Fotos: Pedro Armestre (@PedroArmestre)/Greenpeace
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