Aunque aún es pronto para valorar el impacto total de la crisis nuclear de Japón, algunas de sus consecuencias empiezan a ponerse de manifiesto: Los riesgos de confiar en la energía nuclear se han materializado, de nuevo, en su peor magnitud y han desmontado uno de los grandes mitos de nuestro siglo, el de que la energía nuclear es segura.
La mayor parte de la sociedad está estos días horrorizada por la enorme factura, tanto en costes humanos como materiales, que le está pasando a Japón la energía nuclear y, si bien es cierto que siempre quedan algunos que niegan la mayor (reduciendo la gravedad del siniestro, defendiendo que este tipo de accidentes son casos aislados o argumentando que las causas del mismo nada tienen que ver con la tecnología nuclear en si misma...), una imagen vale siempre más que mil palabras y la de los reactores de la central de Fukushima no deja lugar a dudas. Si las nucleares fueran tan seguras, las compañías eléctricas que las gestionan asumirían el 100% de la responsabilidad civil, por los daños que provocan ¿no?
Podemos afirmar, pues, que el mito de la seguridad ha caído, pero como suele suceder en el cine la caída de un mito precede al nacimiento de otro. En este caso, el falso dilema entre asumir el riesgo nuclear o el riesgo climático. El encargado de alimentar este mito en nuestro país ha sido, ni más ni menos que el ministro de Industria que, tras el desastre de Japón, se apresuró a apuntar que “conviene reabrir el debate del carbón”. ¿Hay que decidir entre aceptar graves impactos del cambio climático como las inundaciones, las grandes sequías o la propagación de enfermedades tropicales o asumir los riesgos de un accidente nuclear? NO. Ni la nuclear es la solución al cambio climático, ni el carbón es la alternativa a la nuclear.
Según la Agencia Internacional de la Energía, incluso cuadruplicando la potencia nuclear instalada en el mundo para 2050 (para lo que deberíamos poner en marcha un nuevo reactor cada diez días desde hoy mismo), su participación en el consumo energético mundial pasaría del 6% actual al 10% y sólo contribuiría a reducir un 4% las emisiones. Además, contando con los 116 meses que se prolonga, de promedio, la instalación de un reactor nuclear llegaríamos más que tarde a 2015, el punto recomendado por los científicos para que las emisiones mundiales alcancen su pico y empiecen a descender hasta niveles cercanos a cero.
Es momento de dejar de hacer “ciencia ficción energética“ y centrarse en la verdadera solución global: las energías renovables. Están disponibles, tienen gran capacidad de generación de empleo, no emiten CO2 ni conllevan riesgos para la salud o la seguridad de las personas y su precio no está sujeto a oscilaciones como las de los combustibles fósiles. La única pregunta que queda por contestar es ¿son capaces de cubrir nuestra demanda? Pues sí. Como ya demostró Greenpeace, en 2050 España podría obtener el 100% de su electricidad con energías renovables y en el mismo año éstas podrían llegar a cubrir el 95% de la electricidad mundial.
Y como estamos desmontando mitos, vamos a por el de las renovables: ¿qué pasa cuando el viento no sopla o esa nublado? Pues, la respuesta es nada. Las redes actuales están preparadas para las fuentes de generación “intermitentes”. La producción y la demanda de electricidad son siempre variables y la red dispone del correspondiente mecanismo de ajuste para cuadrar un suministro y una demanda constantemente fluctuantes. Además, contamos con otras fuentes renovables más flexibles que sirven de complemento y son capaces de almacenar energía: la biomasa, la hidráulica, la geotérmica o la termosolar, que puede producir electricidad incluso de noche!
Esto no es ciencia ficción, ya está ocurriendo: España ha producido el 35% de la electricidad de 2010 con renovables, Portugal ha pasado de un 15% a un 45% de electricidad renovable en 5 años y la potencia solar instalada en Alemania es mayor que la de los seis reactores de Fukushima juntos. Hoy mismo, en la reunión climática que Naciones Unidas celebra en Bangkok, le toca a los países en desarrollo exponer sus planes para reducir CO2 y, conociendo los costes de implantación nuclear, a nadie se le escapa como van a hacerlo: un buen ejemplo es Ghana, y su plan de reforma energética para aumentar la generación con renovables entre un 10 y un 20% de cara a 2020.
No nos dejemos convencer, no estamos entre la espada y la pared. Estamos en el final de una etapa y el inicio de otra, la de la energía limpia.
Jose Luis García y Aida Vila, campaña de Cambio climático y Energía limpia de Greenpeace
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