Temblaba mientras caminaba por los suelos de la prisión el pasado 26 de septiembre. Las personas recluidas observaban mi llegada y la de 29 nuevos prisioneros desde las ventanas de sus celdas. Por fuera todo era negro, pero por dentro la prisión estaba viva. Viva por el sonido de los ladridos de perros, por las alarmas de la prisión y por los prisioneros y prisioneras gritando desde sus ventanas con barrotes.
Un guardia me entregó una taza de plástico, un cuenco de estaño, una cuchara, un colchón plegable y una sábana. Eso es todo lo que tenía cuando los guardias cerraron la puerta de acero. Eso, y un cepillo de dientes y un libro en el bolsillo. El sonido del portazo resonó en todo el corredor. Estaba sola y asustada.
Según iban pasando los días en la cárcel me fui haciendo más fuerte. Según pasaban las semanas recuperaba la esperanza. En la cárcel te quitan la libertad, la dignidad y tu familia, pero no pueden quitarle la esperanza. Esa es la única cosa que no pueden tocar y no les dejé hacerlo.
Veía a mi abogado dos veces a la semana. Durante esas visitas me contaba las noticias de fuera, y eso me ayudó a entender cuánto de grande era nuestra casa. Él podía haber enfocado nuestras charlas sobre la oscuridad del sistema legal ruso, pero siempre fue positivo acerca de la atención internacional y el apoyo que estábamos recibiendo. Después de nuestras visitas daba pequeños pasos, y tenía ganas de pasar estos bits de "polvo de esperanza" a mis amigos. Me hacía sentir bien transmitir esperanza. También me hacía sentir bien saber que no estábamos solos.
No pude dormir la noche antes de la audiencia para tratar el tema de la fianza. Estaba entusiasmada. Me había pasado la noche anterior sintiéndose increíblemente triste después de escuchar que Colin había sido condenado a tres meses más de prisión. Sin embargo, me quedé asombrada y estupefacta con el giro que dieron los acontecimientos: mis amigos, uno a uno, recibiendo la fianza. Fui al tribunal sintiéndome muy esperanzada, esperando con impaciencia que se me tradujera el veredicto: había recibido la libertad bajo fianza. Me reí de alegría y la sala del tribunal llena de periodistas y los voluntarios de Greenpeace estallaron en aplausos. Momentos después estaba saltando, abrazando a mis amigas Faiza y Anne dentro de una celda oscura con olor a tabaco.
Desde que salí de Rusia me he reencontrado con mi familia. Fue muy emotivo verlos por primera vez desde la prisión de St Pancras. Nos abrazamos, reímos, lloramos y nos abrazamos de nuevo. He disfrutado de los placeres sencillos pero increíblemente hermosos de la vida, tales como ir a pasear por el campo, tomar una copa con los amigos y ver las estrellas brillar por la noche. Ahora la vida me parece extraña. Mucho más tranquila ahora que no somos el centro de tanta atención mediática y ahora que el estrés de enfrentarnos a siete años de prisión se ha aliviado.
Treinta de nosotros fuimos encarcelados después de una protesta pacífica contra la primera plataforma del mundo que va a perforar en las heladas aguas del Ártico. Los 64 días encerrada en la celda de la prisión fueron, sin duda, los más difíciles de mi vida, pero nunca me he sentido tan orgullosa como me sentí entonces. Participé en la acción del Arctic Sunrise porque no quiero que el Ártico desaparezca, no quiero vertidos en el Ártico y quiero un planeta en el que se pueda vivir y que sea mi legado a mis hijos.
Me sentí la persona más afortunada de la tierra cuando me embarqué en septiembre en el Arctic Sunrise porque me habían dado la oportunidad de hacer algo que me importaba. Aún me siento la persona más afortunada. Tu apoyo significa que mis 29 amigos y yo somos libres, tu apoyo significa también que mi tiempo en la cárcel no fue en vano.
Gracias por luchar por mi y por el Ártico. Si todavía no has firmado para proteger la última frontera aquí puedes hacerlo. ¡Gracias!
Alex Harris fue una de las 30 personas que fueron encarceladas en Rusia a finales del año pasado tras una protesta pacífica contra la perforación del Ártico