El primer recuerdo que tengo del mar es de cuando tenía unos 5 años. Me quedé completamente asombrada por su inmensidad, la fuerza de las olas y la sensación del agua rozando mis pies. Desde aquel día, se forjó una relación de respeto y admiración entre el mar y yo, con el sueño de algún día descubrir los tesoros que alberga.
A medida que crecía, la forma que tenía de conocer el océano era a través de los pescadores y las comunidades que vivían de él. Cuando visité distintos pueblos pesqueros, rodeados de biodiversidad, y vi cómo las vidas de tantos están directamente relacionadas con el mar, me llegó al corazón.
Hoy, 23 años después de ver por primera vez el mar, estoy en Nueva York, en un momento decisivo para el futuro de los océanos, su biodiversidad y toda la vida que depende de ellos. Durante las próximas dos semanas, Naciones Unidas acoge la última sesión del Comité de Inicio para el desarrollo de un tratado internacional que proteja las aguas de altamar y el lecho marino bajo ellas.
Eso supone alrededor de dos tercios de los océanos, o la mitad de la superficie terrestre. En estas áreas hay montañas submarinas con especies únicas, los microorganismos más antiguos del planeta, puntos de migración cruciales para la supervivencia de muchas y muy diferentes especies marinas y otras maravillas aún por descubrir. Los beneficios que estas zonas nos brindan en nuestro día a día son innumerables: influyen en los fenómenos meteorológicos más importantes, regulan el clima, producen el oxígeno que respiramos y son los corredores de migración de ballenas, tiburones, tortugas y otras especies.
Protegerlos significa salvaguardar los caladeros de pesca, proteger los ecosistemas más vulnerables y además ser capaces de responder a los impactos del cambio climático y las actividades humanas en los océanos. Y la ciencia nos dice que la forma más efectiva de proteger nuestros océanos es a través de una red de santuarios marinos, que son espacios de protección para la vida marina y su recuperación tras décadas de explotación. Por eso es esencial crear un marco de desarrollo y gestión de los santuarios de los océanos. La rápida adopción de un Tratado de los Océanos en Naciones Unidas es fundamental para los estados insulares del Pacífico, que están entre los más afectados por la degradación de los océanos y el impacto del cambio climático. Su supervivencia depende de un mar bien conservado y eso es solo un ejemplo de lo que está en juego esta semana.
La protección efectiva de estas áreas es algo que los países no pueden alcanzar por sí solos y por ello, tras un proceso que ha llevado años, hemos llegado a este momento crucial. En un momento además cuando la destrucción y el daño al medio ambiente es diario, los países han unido fuerzas para proteger nuestro planeta.
El tiempo se agota. No podemos esperar más; no solo está en juego el futuro de los océanos, también el de toda la vida que depende de los mares. Por eso, miles de personas alrededor del mundo están pidiendo a Naciones Unidas que “Actúe ya” para crear los Santuarios marinos. Este mensaje ha navegado desde el mar de Alborán, que es una de esas aguas internacionales que necesitan protección a bordo del “Esperanza” y su propio nombre indica la esperanza que tenemos muchos de nosotros para que en los próximos días progresemos en la protección de nuestros océanos.
Cuando era una niña, aprendí que al mar hay que respetarlo, que cuando nadas en el océano, debes mirar hacia adelante y nunca mirar atrás. Hoy, más que nunca, no debemos dar la espalda al océano. La petición es simple: es el momento de que Naciones Unidas actúe.
Estefanía González es la responsable de océanos para Greenpeace Andino en Chile