El gas natural obtenido de las reservas convencionales tiene un menor contenido de carbono que el carbón o el petróleo, lo que significa que al quemarse emite menos CO2, el principal causante del cambio climático. Por eso se considera que el gas natural puede ser útil como combustible de transición en una revolución energética basada en las energías renovables y la eficiencia energética. Y así queda reflejado en el escenario “[R]evolución Energética” de Greenpeace, donde se recurre al gas natural como complemento a las renovables durante el período de transición.
El gas natural también se puede obtener de las reservas no convencionales, cuando en vez de en grandes bolsas subterráneas se encuentra solidificado en las rocas a mucha mayor profundidad. Para ello, hace falta fracturar la roca mediante un proceso conocido como fractura hidráulica o “fracking”. Este proceso conlleva una serie de impactos ambientales, algunos de los cuales aún no están plenamente caracterizados o comprendidos, entre ellos impactos sobre el agua, la contaminación atmosférica, la emisión de gases de efecto invernadero, la contaminación acústica y los impactos paisajísticos.
El impacto más grave de los combustibles fósiles es el que inherentemente producen sobre el clima. Todo indica que la “huella climática”, es decir, el efecto sobre el cambio climático, del gas obtenido por fracking puede ser significativamente mayor que la del gas natural convencional, e incluso algunos estudios (aunque discutibles) apuntan a que podría superar la del carbón. La clave está en que hay distintos gases que producen efecto invernadero. El más importante es el CO2, que se produce al quemar los combustibles fósiles, y ahí el peor es el carbón, y el gas obtenido por fracking sería peor que el gas convencional, debido al mayor consumo de energía para el proceso de extracción. Pero hay otro gas de efecto invernadero en juego, el metano, cuyo impacto es muy superior al del CO2 a corto plazo, y que no solo es el componente básico del gas natural, sino que se libera en cantidades significas en la extracción, tanto del carbón, como del gas, y todo indica que las emisiones fugitivas de metano en el fracking pueden ser muy elevadas.
Pero también hay otros impactos ambientales considerables asociados al fracking. Uno de los más preocupantes tiene que ver con la toxicidad. Se sabe muy poco de los peligros ambientales asociados con los productos químicos que se añaden a los fluidos usados para fracturar la roca, productos que equivalen a un 2% del volumen de esos fluidos. Curiosamente, en EE.UU. (el país con más experiencia hasta ahora, aunque muy reciente, con estas técnicas), esos productos están exentos de la regulación federal y/o la información sobre ellos está protegida debido a intereses comerciales. Se sabe que hay al menos 260 sustancias químicas presentes en alrededor de 197 productos, y algunos de ellos se sabe que son tóxicos, cancerígenos o mutagénicos.
Greenpeace se opone a la explotación de las reservas de gas no convencionales hasta que los impactos estén plenamente investigados, comprendidos, afrontados y regulados. Se deben poner muchos más esfuerzos en comprender todos los impactos del fracking antes de lanzarse a una nueva carrera para obtener más gas.
Pero la cuestión de fondo a plantearse sería ¿para qué queremos más gas? Por mucho gas que pudiésemos encontrar en España con el fracking, que está por ver, los recursos energéticos que tenemos en abundancia son las energías renovables. Puesto que estudios como el “Renovables 100%” de Greenpeace demuestran que podemos alcanzar un sistema energético 100% renovable, es absurdo acometer una nueva aventura en búsqueda de nuevos combustibles fósiles con potenciales graves impactos, que corre el riesgo de distraer los recursos y los esfuerzos que deberían ir a las energías renovables y a la eficiencia energética. Porque, incluso si la incierta aventura del “fracking” tuviera éxito, lo único que haríamos sería prolongar la dependencia de los combustibles fósiles, que no por ello dejarían de ser limitados e incompatibles con el clima. Cuanto más combustible fósil quememos, mayor será el cambio climático que habrá que sufrir. No busquemos más excusas para retrasar la imprescindible transformación del sistema energético hacia la única opción sostenible, las renovables y la eficiencia.
José Luis García Ortega (@jlgarciaortega), Responsable de proyectos de energía limpia de Greenpeace España
(Texto original publicado en El Mundo Cantabria)
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