Mínimo hielo, máximo riesgo

El hielo ártico ha alcanzado un nuevo récord de mínimos histórico. Según datos del Centro de Datos Nacional de Nieve y Hielo de Estados Unidos (NSIDC), la superficie de hielo ártico era ayer tan solo de 4,10 millones de km2, 70.000km2 por debajo del mínimo histórico detectado en 2007. ¡70.000 km2!... Una superfície superior a la de Irlanda (65.000 km2).

Es una muy mala noticia que llega antes de tiempo (normalmente el mínimo de hielo ártico se produce a mitad de septiembre) y como gota que colma el vaso de un verano marcado por los impactos del cambio climático en todo el mundo.

A mi me pilló en casa de unos amigos y desencadenó un episodio muy significativo de lo que le puede estar pasando a la humanidad: cuando comenté lo que acababa de leer la mayoría lo relacionó con la actividad humana y, con más o menos precisión o acierto sobre cuales son los cambios necesarios para frenar el cambio climático, todos estaban de acuerdo en que nosotros lo hemos creado y es nuestra responsabilidad detenerlo antes de que sea demasiado tarde. Todos menos uno...

La voz disidente en la reunión decía que él era muy crítico con todo, que no quería creer lo que le decían los periódicos a pies juntillas y que el cambio climático no era más que una invención. Le dimos datos, gráficas, referencias, le contamos los impactos del calentamiento global en España, pero nada fue suficiente. Él seguía negando la evidencia y ni siquiera admitió que el Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (IPCC), formado por más de 3.000 científicos en todo el mundo, fuera una fuente fiable cuando afirma que el cambio climático está causado por los gases de efecto invernadero emitidos en actividades humanas como la producción de energía.

“¿Te crees los datos de UNICEF sobre mortalidad infantil?” Le pregunté. “Claro”, respondió, pero no supo decirme por qué no se creía los del IPCC, ni admitía que nosotros tenemos algo que ver en el hecho de que los estados isla del Pacífico se hundan, África se desertice o en Europa aumente la mortalidad de las franjas débiles de población en verano debido a las olas de calor. Yo sí lo sé: porque es que es más fácil creer lo que uno no puede remediar que aquello que está directamente relacionado con la forma en que vivimos o nuestros hábitos de consumo.

Cada vez tengo más claro que el cambio climático es al mundo lo que cualquier enfermedad degenerativa grave puede ser al ser humano. No importa lo fiable que sea el diagnóstico: el miedo, en la mayoría de los casos, nos va a llevar a negar la realidad. Pero el proceso, como nos había advertido el médico, va a avanzar irremediablemente, los efectos van a ser cada vez más evidentes y tarde o temprano vamos a tener que aceptarlo y reaccionar. Y aquí, justo en este punto, es donde estamos en el caso del cambio climático.

Tenemos los impactos en nuestro día a día y cada vez somos más los que estamos convencidos de que esto se puede frenar apostando por las energías renovables que en España, además, pueden darnos el empujón para superar la crisis económica.

Cada uno de nosotros puede y debe hacer su parte de esfuerzo. ¿Cómo? Siendo coherentes con el consumo de energía, minimizando nuestra demanda de combustibles fósiles o pidiendo compromisos de reducción de emisiones ambiciosos al Gobierno como ciudadanos, pasando a la acción como activistas de Greenpeace en las acciones que se están desarrollando estos días en el ártico ruso o desde aquí, difundiéndolas en las redes sociales y firmando en la web para proteger al Ártico www.salvaelartico.es.

Esta semana ha empezado una nueva reunión del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Bangkok para preparar la cumbre de final de año que va a celebrarse en noviembre en Doha (Qatar). La maquinaria se mueve, lenta, pero se mueve y cada vez somos más. Ayer la voz disidente era solo uno entre diez y esto, visto en perspectiva, es muy buena señal.

Aida Vila (@aidavilar), responsable de la campaña Cambio climático y Energía de Greenpeace España