Un aspecto positivo de las negociaciones climáticas que se están desarrollando estos días en Bonn es que los países industrializados han aceptado que existe un desfase importante entre los compromisos presentados en el marco del Acuerdo de Copenhague y las recomendaciones científicas para evitar un calentamiento global de 2ºC.
Mientras la ciencia recomienda reducir las emisiones entre un 25 y un 40% para 2020 en base a los niveles de 1990, los compromisos globales actuales no alcanzan ni el 17%. Pero no es suficiente con admitir el problema, hace falta aportar soluciones y esto es lo que no estamos viendo en Bonn.
La posición de la UE en este sentido deja mucho que desear. El objetivo europeo de reducir las emisiones un 20% para 2020 está casi alcanzado debido a la caída de las emisiones provocada por la crisis económica y la parte que falta será fácil de asumir haciendo uso de los mecanismos de compensación previstos en el Protocolo de Kioto. Ante este panorama, los países en desarrollo le están pidiendo a la UE que asuma un compromiso de reducciones mayor, que realmente represente un esfuerzo, para motivar al resto de países a que asuman mayores esfuerzos, también.
Pero, ¿puede la UE hacerlo? La respuesta es sí. No solo puede sino que, de acuerdo con las conclusiones de un reciente informe de la Comisión Europea, asumir una reducción de emisiones del 30% sería mucho más barato de lo que se había previsto anteriormente y generaría no solo beneficios ambientales sino ahorro en términos de sanidad y seguridad energética e incluso empleo.
Sin embargo, los políticos europeos parecen dar más credibilidad a las excusas del lobby industrial, representado estos días en Bonn por el director ejecutivo de BP Alemania, por ejemplo, que a los informes de sus propias instituciones. Esta es la única razón para explicar que la UE siga anclada en una posición que no solo es cuestionable en términos de estrategia económica interna sino que le está costando la credibilidad internacional.
Otro caso interesante es el de Estados Unidos que, con un compromiso de reducción de emisiones para 2020 inferior al 4%, se niega ni siquiera a participar activamente en las discusiones sin darse cuenta de que asumir mayores reducciones de emisiones y dejar de confiar en los combustibles fósiles es la única manera de seguir siendo un actor relevante en la nueva economía mundial, además de evitar desastres como el del golfo de México.
Cuanto menores sean los objetivos de reducción de emisiones que asuman los países industrializados, mayores van a ser los impactos que tendremos que afrontar y, por lo tanto, mayor va a tener que ser el apoyo financiero que los países industrializados pongan a disposición de los países más vulnerables para cubrir sus necesidades de adaptación.
O reducimos las emisiones cuanto antes, avanzándonos a un futuro sin combustibles fósiles y beneficiándonos de las ventajas de anticipar la acción o seguimos poniendo parches, teniendo en cuenta que, más pronto que tarde, pagaremos por ello.
Desde Bonn, Aida Vila, responsable de campaña de Cambio climático de Greenpeace