Barcelona acoge el Congreso Internacional de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), un organismo mixto que aglutina a gobiernos y ONG, que trabaja para conseguir la conservación del medio ambiente.
Vaya por delante mi enhorabuena a Barcelona por acoger este gran Congreso ecologista en el que se van a trazar algunas de las líneas que marcarán la conservación en los próximos años. Una vez más Barcelona muestra una sensibilidad hacia estas cuestiones de la que carece, por ejemplo, la Comunidad de Madrid.
Uno de los momentos más esperados de cada Congreso de la UICN es la presentación de las Listas Rojas en las que se establece la salud de las especies animales. Este año nos hemos enterado de que uno de cada cuatro mamíferos se encuentra en peligro de desaparecer. Las causas no por conocidas deben dejar de recordarse: destrucción de su hábitat, sobreexplotación y cambio climático. Así de claro lo ha expuesto en la presentación del último informe de la UICN su directora general Julie Marton-Lefevre: de un total de 5.487 especies de mamíferos, 1.141 están en peligro de extinción. Algunos de ellos son viejos conocidos nuestros como el lince ibérico.
Comenzaremos recordando que el ser humano también es una especie de mamífero y que, por tanto, lo que estamos haciendo al resto de las especies nos lo estamos haciendo a nosotros mismos. Ubicados en lo alto de la cadena trófica, la situación de los mamíferos es sólo una consecuencia del descalabro global del ecosistema.
Estos datos no pueden sorprendernos ya que corroboran lo que desde diversas instituciones llevamos advirtiendo desde hace años, aunque ponen el dedo en la llaga del coste de un modelo de desarrollo basado en el crecimiento continuado del consumo de recursos naturales.
La extinción es para siempre. Cuando una especie desaparece nada la puede volver a poner sobre la faz de la tierra. Las consecuencias, por tanto, de las extinciones son irreversibles. Y cada vez que una especie se extingue estamos arrebatando a las generaciones venideras el derecho a convivir con ella.
Además, desconocemos las consecuencias que puede tener la desaparición de cada una de las especies. Lo que sí sabemos es que en la medida en que la red de la vida se va empobreciendo, también se hace más frágil, más vulnerable y más susceptible a los cambios ambientales.
Podemos seguir ignorando esta situación o tratar de ponerle freno. Nosotros apostamos por lo segundo.
Juan López de Uralde, director de Greenpeace España.