"Las cosas se han hecho razonablemente bien. El barco se hundió a una distancia razonable y prudencial" Mariano Rajoy, por aquel entonces Vicepresidente del Gobierno
Siempre hemos dicho que una vez una marea negra se produce, sólo cabe hacer dos cosas: por un lado tratar de minimizar al máximo los daños y por otro evitar en lo posible que no se vuelva a producir otra.
En cuanto a la primera cuestión, la gestión de la crisis del Prestige por parte del Gobierno de Jose María Aznar difícilmente pudo ser más desastrosa. Alejar el petrolero en apuros de la costa sin saber muy bien adonde, en medio de un temporal, lo convirtió en una brocha que fue tiñendo de negro nuestro litoral. El tratamiento informativo de la catástrofe fue simplemente ofensivo: desde los hilillos de plastilina del ahora Presidente del Gobierno, pasando por la enfermiza negación de la marea negra en las televisiones autonómicas y estatales, o la reafirmación permanente de una coordinación y una disponibilidad de medios anticontaminación que todos sabíamos que no existían.
En mi opinión, la respuesta masiva de la ciudadanía, la marea blanca de voluntarios, no se explica tan sólo por el dolor de ver la costa gallega cubierta de petróleo. Ese tratamiento infantil, por otro lado tan habitual, de la opinión pública contribuyó sin duda a provocar una indignación mayúscula de una punta a otra de la península que se tradujo en la migración de miles de voluntarios que acudieron al rescate de las costas afectadas.
En cuanto a la segunda cuestión, el problema es que más allá de las mejoras en la seguridad del transporte marítimo de petróleo, las grandes compañías energéticas continúan ocupadas en alargar lo más posible la transición hacia una sociedad basada en energías renovables y en perpetuar nuestra dependencia del petróleo, que ha seguido costándonos guerras y contaminación, además de mucho dinero.
No hay más que levantar la vista más allá del horizonte del finis terrae para encontrar dos ejemplos que dan respuesta a la pregunta de si el negocio petrolero continuará destruyendo nuestros océanos: los desastres de la plataforma Deep Water Horizon en las costas del Golfo de México y los intentos actuales de la mayores petroleras de iniciar prospecciones en el Ártico aprovechando el deshielo provocado por el cambio climático global.
A la conquista del Ártico
En los últimos 30 años hemos perdido tres cuartas partes del hielo que cubría la cima de la Tierra y como consecuencia ha comenzado la fiebre del Ártico. Shell, BP, Exxon y Gazprom, entre otros, prefieren arriesgarse a un vertido en el Ártico por poder extraer petróleo que sólo cubriría la demanda global durante tres años pero les proporcionaría extraordinarios dividendos. Documentos gubernamentales secretos afirman que gestionar vertidos de petróleo en aguas semicongeladas es casi imposible. Errores inevitables harían añicos el delicado ecosistema ártico.
Impunes
En este décimo aniversario, la hemeroteca es una gran aliada. Dijo Rajoy en esos días que el vertido "afecta a una parte importante de A Coruña, pero no es una marea negra". El entonces y ahora Ministro Cañete añadía que "el vertido está controlado. No se van a derivar consecuencias para las poblaciones pesqueras de la zona ni para las especies marinas gracias a la rápida actuación de las autoridades". Para tranquilizar los ánimos y encomendarnos a la sabia madre naturaleza, Arsenio Fernández de Mesa, Delegado del Gobierno en Galicia, añadía que "las mareas alejarán el petróleo de nuestras costas". "Yo no veo ninguna crispación social por el Prestige", decía Jaume Matas, por aquel entonces Ministro de Medio Ambiente.
Estamos indefensos ante compañías con un poder inmenso que han secuestrado nuestra democracia, que han invertido miles de millones de euros en minar los esfuerzos de quienes luchan contra el cambio climático y que siguen, aquí y en todo el mundo, haciendo todo lo posible para frenar el avance de las renovables. Contaba Jose Luis García hace tan sólo una semana que según el presidente de Iberdrola este Gobierno que hemos elegido es "el más profesional desde la transición". Un Gobierno que según ha reconocido la propia Unión Europea, le tiene la guerra declarada a las renovables.
Indefensos nosotros e impunes ellos: resulta cuánto menos curioso que una catástrofe de la dimensión del Prestige haya costado tan poco políticamente; que el señor de los hilillos que nos indignó a todos entonces sea hoy Presidente del Gobierno; que el entonces Ministro de Pesca sea hoy en día, casualidades de la vida, Ministro de Pesca otra vez. El caso de Jauma Matas es distinto, si bien no precisamente por su gestión como Ministro de Medio Ambiente durante el accidente.
Le recordaba Maria José Caballero al vengativo Aznar que las aves no saben ladrar. Ellas y nosotros seguimos indefensos. Nuestros gobernantes, impunes.
Sebastián Losada (@slosada), Coordinador del trabajo de Greenpeace durante la marea negra.
Imagen: Pedro Armestre (@PedroArmestre)/Greenpeace