Estos días se habla mucho del atún rojo, menos mal. Parece que por fin se le está dando a este problema la atención que se merece y desde Greenpeace seguiremos haciendo campaña para que se salve a esta especie del colapso.
Sin embargo, muchos se lavan las manos con la excusa de que no consumen esta delicatessen. Así que hoy seguiremos hablando del atún, pero del claro. Ese sí está en la ensalada mixta de nuestro restaurante de menú, en las empanadillas, en los sandwiches, en las pizzas y por supuesto, en las latas.
¿De dónde viene ese atún? Del Pacífico y del Índico, y como su famoso hermano atlántico, también es víctima de la sobrepesca y la pesca pirata. Corrijo, son víctimas, porque lo que conocemos como atún blanco o claro suele ser atún listado, rabil o patudo.
Y al igual que el atún rojo podemos hablar de la sobrecapacidad de la flota: demasiados barcos para la cantidad real de peces que hay en el mar. Los enormes buques que se desplazan a aguas lejanas a capturar este pescado que, en este caso, está al alcance de todos los bolsillos. Algunos de esos barcos tienen la capacidad de capturar, en un sólo viaje, más de 3.000 toneladas de atún, que es lo mismo que pueden llegar a pescar todos los estados isleños de la zona pacífica en un año. Por cierto, este superbarco que bate récords es español.
Así que ahí están los barcos, pescando cantidades ingentes de atún, muchas veces de forma ilegal, para que los ciudadanos de los “países desarrollados” no renunciemos a las empanadillas de atún. ¿Qué queda detrás? Tras el paso de los barcos quedan comunidades costeras que ven cómo se les arrebatan gran parte de sus recursos, que en muchas ocasiones son además de su fuente de ingresos su fuente de proteínas. El uso de técnicas de pesca poco selectivas, como los FAD (dispositivos agregadores de peces) tan populares en estas aguas, dejan un rastro de capturas accidentales que son devueltas al mar muertas o moribundas.
Seguramente más de uno pensará que ya estamos de nuevo los ecologistas con el tremendismo, que estamos exagerando y que no pasa nada por consumir atún. Yo propongo un ejercicio de reflexión. Fijémonos la próxima vez que vayamos a comprar cuántos carritos, cestas de la compra llevan latas de atún, cuántos productos a la venta están basados en el atún o es uno de sus ingredientes (platos preparados, salsas, conservas, etc.). Ahora imaginémonos todas esas compras multiplicadas por los habitantes de nuestra ciudad, de nuestro país, de otros países europeos...
El apetito por el atún es desmesurado y lo que realmente resulta ingenuo es pensar que los océanos pueden darnos atún para mantener esta cantidad de consumo de forma continuada. Al fin y al cabo son tan sólo peces y no hacen milagros.
Elvira Jiménez, campaña de Océanos de Greenpeace