Poco a poco se van conociendo más datos sobre el alcance del accidente nuclear en la central de Fukushima, a pesar del secretismo del Gobierno japonés y de los lamentables esfuerzos por ocultar y minimizar su gravedad por parte del lobby nuclear.
Un accidente que ya es reconocido como más grave que el ocurrido en la central de Three Mile Island, en Harrisburg, EE.UU., en 1979, el cual hasta ahora ostentaba el dudoso honor de ser el segundo peor después del desastre de Chernóbil.
En España, resulta lamentable escuchar afirmaciones de determinadas personas vinculadas con la industria nuclear totalmente carentes de rigor como que la cantidad de radiactividad que se ha emitido en este accidente es mínima o que en ningún caso esta radiactividad va a tener efectos perceptibles sobre la salud.
En Francia (país cuyo Gobierno no es nada sospechoso de antinuclear), el Instituto de Protección Radiológica y Seguridad Nuclear ha calculado que la radiactividad liberada hasta el momento por la siniestrada central nuclear de Fukushima alcanza ya una décima parte de la emitida durante la catástrofe nuclear de Chernóbil. Se calcula que en ésta se liberó al medio ambiente una cantidad de radiactividad equivalente a más de 200 veces la liberada en las explosiones de Hiroshima y Nagasaki.
Estos últimos días se ha dado a conocer por parte del Ministerio de Salud japonés que los niveles de radiación en las prefecturas de Fukushima (donde está la central nuclear accidentada) y de Ibaragi están por encima de los estándares de seguridad. A su vez, el portavoz del Gobierno, Yukio Edano, ha confirmado que se han detectado niveles de yodo-131 radiactivo por encima de lo permitido en la leche de cuatro lugares de la prefectura de Fukushima y en espinacas y otros vegetales en Ibaragi. La leche y otros productos alimenticios procedentes de estas zonas no podrán venderse al público.
También se ha reconocido por parte de las autoridades niponas que se ha detectado la presencia de yodo-131 radiactivo en el agua potable de Tokio (más de 8 millones de habitantes) y parte de su área metropolitana (donde viven más de 35 millones de personas), aún en niveles bajos.
Seguramente iremos conociendo más datos en breve. Evidentemente, cualquier cantidad de radiación que se libere a la atmósfera pone en riesgo la salud de las personas, incluso en zonas alejadas. El accidente de Fukushima tendrá sin duda un impacto negativo sobre la salud pública y el medio ambiente. En breve se sabrá lo que haya podido suceder a los trabajadores de la central (un buen número de ellos han recibido altas dosis de radiación y han tenido que ser hospitalizados), pero la mayor parte de las consecuencias sanitarias se conocerán a medio y largo plazo, como ha comprobado la ciencia en los casos de Chernóbil o de Hiroshima y Nagasaki.
La situación en la central de Fukushima parece que ha mejorado estos últimos días, pero, hoy lunes 21 de marzo, aún dista mucho de estar controlada. Lo que ya está claro es que en la central Fukushima ha fallado claramente el sistema de “barreras múltiples” diseñado por la industria nuclear para aislar la radiactividad del medio ambiente en caso de accidente.
Carlos Bravo, campaña Anti-Nuclear de Greenpeace
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