En la fotografía aparece una procesadora de soja transgénica de la compañía Bunge en la provincia de A Coruña (Galicia). Y es que en España, aunque "sólo" se cultiven variedades de maíz MON810, modificado con genes de bacteria para resistir a una plaga, nos enfrentamos a más transgénicos en nuestra alimentación.
La soja, que contiene un gen obtenido de una bacteria que la hace resistente un herbicida, es uno de los cuatro cultivos modificados genéticamente que se produce en importantes cantidades en todo el mundo junto con el maíz, el algodón y la colza; y entra en España a través de importaciones destinadas a alimentación. Los cultivos de soja y maíz transgénicos son los más utilizados para alimentación humana en la UE.
Por ejemplo, algunos de los ingredientes y aditivos derivados de soja, y por tanto "sospechosos" de tener un origen transgénico, son: harina, proteína, aceites y grasas (a menudo se "esconden" detrás de la denominación aceites/grasas vegetales), emulgentes (lecitina-E322), mono y diglicéridos de ácidos grasos (E471).
Unido a su posible naturaleza transgénica, el cultivo de la soja también está relacionado con la deforestación de bosques primarios. Gran parte se siembra ilegalmente y, junto con los ranchos de ganado, es uno de los motores que hacen que la deforestación en la Amazonia brasileña sea tan alarmante. Las condiciones sociales y laborales son deplorables, con modernas formas de esclavitud en las granjas productoras. La soja producida es exportada y forma parte de los piensos que alimentan los pollos, vacas y cerdos que componen nuestra dieta.
Por todo esto, el consumo de productos ecológicos es una garantía para asegurarnos de que la soja o sus derivados que adquirimos no es transgénica ni que procede de zonas deforestadas, ni haya ocasionado injusticias sociales.
Mónica Parrilla, Campaña de Transgénicos de Greenpeace.