Caminamos lentamente fuera del poblado, Felicia quiere que hagamos la entrevista en su casa. Aquí los ritmos son distintos, todo va lento, no miran la hora, no importa, caminamos bajo el sol de la selva, un sol muy fuerte que castiga la piel, los bichos nos saltan al paso, una mariposa de colores increíblemente fuertes nos deja sin respiración, después un pequeño lagarto... se mueven cosas entre la espesura y Felicia sigue caminando a paso tranquilo.
Ilustración de Iván Solbes para Greenpeace
Su casa es de adobe y paja, ya no suele vivir aquí con su familia, viven en Parawadenki, nos cuenta, otro pueblo cercano, pero ha vuelto estos días porque quiere estar con los voluntarios pariwat (como ellos llaman a los blancos), que han venido a contar historias de ellos. Se sienta tranquila, sus hijos la acompañan (tiene ocho, y muchos nietos), hay niños por todas partes. Se toma su tiempo hasta que empieza a hablar.
Nos cuenta la historia de sus antepasados, que siempre han vivido en estas tierras. Recuerda cómo iba con su padre al bosque a recoger la savia de los árboles y castañas, recuerda cuidar de sus cultivos de mandioca. Ahora hace lo mismo, las cosas aquí cambian despacio. Cuida de sus nietos y cultiva y recoge plantas medicinales para curar. Felicia repite una y otra vez que si se construye la presa de Sao Luis de Tapajós nada de esto podrá seguir siendo así.
Emociona cuando habla, y eso que ella habla mundurukú (después su hijo traduce al portugués y nos traducen a nosotros a inglés para no perder ningún matiz). No tiene un discurso ordenado, da vueltas sobre algunas ideas, pero repite lo importante: “El Gobierno no sabe lo que hay aquí, se ha olvidado del pueblo Mundurukú. Si deja que se haga la presa, mi casa, mi pueblo, mi tierra, mi vida quedarán bajo el agua. No puede pasar eso, yo quiero que mis nietos crezcan en esta tierra”.
Felicia recuerda lo que le contaba su padre, que vivían tranquilamente del bosque sin necesitar nada y entonces llegaron los portugueses y les dieron regalos que no querían: jabón, azúcar, cosas de blancos que para ellos no significaban nada. Pero les obligaron a moverse, y ahora sus territorios ancestrales están en peligro porque no se les reconocen como propios.
Iván Solbes, el ilustrador que nos acompaña en esta aventura, va pintando a Felicia y mientras se hace la magia de sus dibujos muchos niños y madres se agolpan detrás para observar cómo su madre aparece allí retratada. Se lo enseñamos cuando ha terminado, le gusta, sonríe. Y antes de irnos nos canta un canción junto a su hija pequeña, y nos dice que canta para que su dios Karosakaybo nos proteja, y que nuestras palabras sobre la lucha por defender el corazón del Amazonas lleguen al mundo entero. ¡Así será Felicia, por ti y por los 12.000 mundurukús que habitan estas tierras!
¿Qué puedes hacer tú?
- Ayúdanos a salvar el coraźon del Amazonas.