Al igual que el poeta he andado muchos caminos. He encontrado sitios bellos, y lugares terribles. Pero ahora vuelvo de un lugar especial: las Bardenas Reales. Este espacio natural tiene algo que no puedo definir con palabras, que lo hace distinto, diferente, raro, especial. Desde luego, es un espacio único y mágico que merece la pena.
De alguna manera, sus caminos, sus barrancos y cuencas son hermosos. Pero al mismo tiempo son la imagen viva de un paisaje que se deshace, que se desmorona, que se hunde casi en directo. Como un suelo que no tiene nada que sujetar, la tierra desaparece casi al instante bajo lo spies del andarín, formándose agujeros que parecen llevarte hasta el infierno.
El mismo símbolo de las bardenas, Castildetierra, amenaza con desmoronarse. Ese pequeño montículo, coronado por unas rocas de arenisca que parecen sujetarse en equilibrio sobre una delgada columna, tiene los días contados. La propia erosión del agua y el cierzo hace que poco a poco vaya perdiendo base, hasta que no sea capaz de sujetar la piedra. Ese día se hundirá.
La polémica en estos días en Navarra se centra en discutir si merece la pena reforzarlo para evitar su caída o, simplemente, dejar que la Naturaleza actúe. Pero cuando los elementos naturales se convierten en símbolo, no nos gusta verlos desaparecer ante nuestros ojos. La discusión baladí promete, por tanto, ser larga e intensa.
Esta primavera las Bardenas están verdes como nunca. Y las charcas todavía tienen agua recogida durante las últimas lluvias. Sobre ellas se cierne el aguilucho lagunero, en su último vuelo vespertino.
Las Bardenas son un lugar sin par, que todavía bombardean los aviones, aunque por allí no hay más enemigo que el solitario búho.
Juan López de Uralde, director de Greenpeace España