Año tras año decenas de toneladas de bidones conteniendo residuos radiactivos se vertían al mar, hasta que en el año 1993 el Convenio de Londres sobre Vertidos al Mar prohibió los vertidos.
Aquella decisión supuso la culminación con éxito de una larga campaña ecologista de más de una década contra la utilización del mar como cementerio nuclear. La imagen de las lanchas de Greenpeace colocándose bajo las grúas que tiraban los bidones en la Fosa Atlántica se convirtió en uno de los iconos de la lucha antinuclear, tras conseguir la paralización de aquellos vertidos.
Los residuos radiactivos son uno de los talones de alquiles de la industria nuclear. La utilización del mar como basurero nuclear era una cómoda salida, que alejaba el problema de la vista de la opinión pública. Pero ahora quedan hundidos en aquella fosa, a grandes profundidades, cientos de bidones con residuos. Algunos datos cifran en 140.000 las toneladas de material radiactivo sin control que descansan sobre el lecho marino, y se ciernen como una espada de Damocles sobre el medio ambiente. Cualquier día, en cualquier momento la radiactividad puede empezar a liberarse, y entonces ¿qué ocurrirá? Esta es una pregunta sin respuesta ya que no tenemos conocimiento de que se haga un seguimiento detallado de la contaminación radiactiva en el área en la que se realizaron los vertidos.
Han pasado casi tres décadas desde aquellos años, pero el problema de los residuos de las centrales nucleares no se ha resuelto. En la actualidad el proyecto del Ministerio de Industria, a través de la empresa ENRESA, de construir un cementerio nuclear centralizado, ha despertado otra vez al movimiento antinuclear.
Durante los últimos años la industria nuclear ha trabajado intensamente para convencer a la opinión pública de que la nuclear es una opción limpia. Al calor de la necesidad de reducir emisiones para frenar el cambio climático, la industria atómica se ha promovido publicitariamente como la alternativa ideal y limpia. Sin embargo los residuos radiactivos se han seguido produciendo al mismo ritmo, y se han ido acumulando en las piscinas de las centrales nucleares.
Ahora las piscinas de las centrales se llenan, y las plantas quieren alargar su vida muy por encima de lo que estaba planificado. Así que se disponen a buscar un sitio para ubicar el cementerio nuclear. Ellos lo llaman ATC (Almacen Temporal Centralizado), y es que la batalla empieza con el lenguaje.
Castilla, Cataluña, Extremadura, Valencia....en todas las comunidades señaladas como posibles para ubicar el cementerio nuclear se ha puesto en marcha el movimiento antinuclear. Nadie quiere el cementerio, nadie quiere los residuos radiactivos, y, si preguntaran, muy pocos querrían la energía nuclear. Así que parece que va llegando el momento de poner en marcha alternativas realmente limpias.
Juan López de Uralde, director de Greenpeace España
- Yosoyantinuclear.org