Subo con una taza de té en la mano intentando mantener el equilibrio por la empinada escalera que conduce al puente . Allí el aire es fresco. La brisa del mar se cuela por las puertas de los costados y hace que ambiente sea limpio.
Siempre cuesta un poco adaptarse a la oscuridad cuando entro de guardia a las doce de la noche. En el puente todo está oscuro, salvo todas las luces de colores de los modernos equipamientos que nos ayudan hoy en día en la navegación.
Esta noche no hay tráfico marítimo de grandes mercantes pero llueve y la visibilidad se ha reducido a escasas millas alrededor del barco. Sólo las luces de un pesquero solitario, que se mueven entre las olas y la fina lluvia gallega, me llaman la atención cuando miro hacia el costado de babor.
Todavía un poco adormilado, hago un esfuerzo por no perder detalle de las explicaciones del Capitán para la siguiente noche. Esta vez me da instrucciones acerca de ajustar la velocidad para llegar a La Coruña a la hora prevista. Mike me pasa su guardia mientras por último, como cada noche, nos intercambiamos un “have a good watch” (buena guardia), por un 'good night' (buenas noches). Toda la tripulación duerme en sus camarotes, el Rainbow Warrior está mis manos.
Empiezo mi rutina de cada día al empezar mi guardia. Salgo al alerón para comprobar de nuevo la visibilidad, ajusto los radares, compruebo el rumbo y miro la última posición en la carta náutica, pero sobre todo no pierdo ojo al pesquero que parece que se acerca con intención de cortarnos la proa.
Empieza un nuevo día y con él una nueva página del Diario de abordo. Mientras escribo con cuidado 'Rainbow Warrior' en la cabecera de la página, mi mente, por unos instantes, se traslada unos anos atrás, cuando estudiaba náutica en La Coruña y soñaba con algún día poder formar parte de la tripulación de uno de los barcos de Greenpeace.
Pero no fue hasta que empecé a navegar como alumno de Náutica en superpetroleros cuando me di cuenta de lo que estaba realmente ocurriendo con el mar. Yo no quería formar parte de ese terrible sistema de destrucción y pensé en utilizar, algun día, mis conocimientos como marino para aportar mi pequeño grano de arena al esfuerzo de intentar solucionar este grave problema. Es por eso que navegar hacia La Coruña, la ciudad donde aprendí a navegar, tiene un especial significado para mí.
Ya por la mañana, nuestra ruta de Bilbao hacia La Coruña nos hace pasar muy cerca de la impresionante Estaca de Bares, mientras la mar se mueve con el oleaje típico de Galicia y las nubes están agarradas a los desafiantes acantilados de la costa gallega. La tripulación observa cómo las olas rompen a los pies de esos increíbles faros que guían a los marinos durante las misteriosas noches en el mar.
Unas horas más tarde, en la proa, la Torre de Hércules nos da la bienvenida. Llegamos a La Coruña y tengo la sensación que un gran círculo se ha cerrado.
Fernando Romo, segundo oficial del Rainbow Warrior