Desde que el fuel del Prestige alcanzó las costas gallegas, personas voluntarias que llegaban desde diferentes puntos de España -y más allá- saltaron a las playas para evitar la llegada y el impacto de lo que finalmente acabaría llegando, la peor marea negra de la historia de España.
Saltaron a las playas sin pensar en las repercusiones que la exposición al chapapote podría tener sobre su salud. Trabajaron durante horas y días. Hasta 300.000 personas se acercaron a las costas teñidas de negro para ayudar. Lo más grave es que tampoco pensaron en las repercusiones en la salud quienes sí tenían que hacerlo, las administraciones públicas. En esos días los responsables estaban más preocupados por subestimar públicamente los impactos que por atender las consecuencias y peligros.
Mientras, se veían imágenes de pescadores, desde sus barcas, tratando de sacar con las manos, ya negras, el chapapote. Estas y otras imágenes parecidas eran habituales en los medios, de cuando la desesperación supera la conciencia del peligro. Fue Greenpeace, y no la Xunta ni el Gobierno, quienes advirtieron del riesgo de respirar los vapores del fuel y de ponerlo en contacto con la piel, y quienes recomendaron usar protección antes de bajar a las playas.
También las administraciones llegaron tarde para hacer pública la composición tóxica del fuel. La peligrosidad del chapapote, la extensión de territorio afectado, la falta de información sobre protección y los cientos de miles de personas que se acercaban a las playas y se exponían al fuel hacían predecir consecuencias importantes para la salud. En los primeros cinco meses, casi 2000 personas tuvieron que ser atendidas por los efectos que les provocó estar expuestos al fuel durante horas: naúseas, mareos, dolores de cabeza e irritación de piel y ojos.
Eran sólo los efectos inmediatos, sabíamos que podría haber más y por eso, en Greenpeace presentamos el informe “El Prestige y las Personas”, junto a epidemiólogos del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas de Barcelona. En el informe se proponían las bases para que se pudiera desarrollar un estudio sobre los impactos del vertidos sobre quienes estaban e iban a estar en contacto con el fuel y las sustancias tóxicas que contenía. Había que hacerlo y con rapidez. Ellos llegaron tarde.
Ahora, diez años después, no son muchos los estudios que se han hecho sobre los impactos del fuel del Prestige sobre la salud humana. Pero sí suficientes para saber que la limpieza del fuel del Prestige no fue inocua. Para saber, también, que existieron trastornos respiratorios persistentes, hasta cinco años después del vertido; que era indispensable usar medidas de protección para disminuir la intensidad de los efectos; que el fuel indujo alteraciones en el material genético, así como alteraciones en el estado hormonal. Y sobre todo para saber que el Gobierno y la Xunta actuaron con poca diligencia al menospreciar el potencial tóxico vertido y al no recomendar desde el principio el uso de protección adecuada. Vamos, que ahora se ha demostrado lo que ya sabíamos entonces, que la atención del Gobierno y la Xunta llegaba tarde.
Sara del Río (@saradrio), responsable de la Campaña de Tóxicos de Greenpeace.
Imágenes: Pedro Armestre (@PedroArmestre)/Greenpeace
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