Ellos tienen en sus manos la capacidad de decidir cómo será el futuro de millones de personas. Un gesto, una decisión, un acuerdo, una firma, en una de esas reuniones mueve el mundo en una u otra dirección. Han sido elegidos en sus países, pero nadie les ha votado como líderes mundiales. Sin embargo, son los que mandan. Hablo de los jefes de estado del G-8.
En los últimos años llevan una y otra vez en la agenda del G-8 la cuestión del cambio climático, pero nunca acaban de comprometerse a reducir las emisiones en los niveles que sería necesario. En esta ocasión la reunión se ha producido en un momento en el que llegan muy malas noticias del Artico, por el aumento en la velocidad del deshielo. Y tras la intervención de james Hansen - director del Instituto Goddard de la NASA, decano en el estudio del cambio climático - en el Congreso
de los Estados Unidos, advirtiendo de que la concentración de CO2 en la atmósfera debe volver a las 350 ppm (la concentración de 1988) para estar en un nivel de seguridad.
Ciertamente al llevar en la agenda la cuestión del cambio climático reconocen implicitamente los líderes del G-8 la gravedad del problema. El compromiso que se acordó en esta reunión de reducir un 50% las emisiones para el año 2050 tiene truco, ya que no se establece cuál es el año de referencia sobre el que se basa el cálculo. La diferencia entre que el año base sea 1990 o 2008 es muy, muy importante. Les vimos plantando árboles, pero no haciendo frente con convicción a la cuestión climática.
Todo parece indicar que hasta que Bush no deje la presidencia de los Estados Unidos no será posible avanzar en acuerdos serios de reducción de emisiones.
Pero parte de la reflexión debe venir también hacia España. Recientemente hemos seguido a través d el os medios los congresos de los dos partidos políticos españoles más importantes; aquellos que detentan practicamente la totalidad del poder. En ninguno de los dos congresos los problemas ambientales a los que hacemos frente han ocupado un nivel de importancia. Ni siquiera han ocupado un nivel. Esta indiferencia inexplicable sólo puede llevarnos al pesimismo sobre el papel de España en la arena nacional e internacional en una materia que indudablemente estará presente en nuestras vidas, auqneu sólo sea por la insistencia de la propia Naturaleza.
Juan López de Uralde, director de Greenpeace
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