En vísperas del día Forestal Mundial recordamos la historia de un pueblo singular. Anchuras es un modesto y pequeño pueblo que algunos se empeñan en hacer pasar a la Historia como ejemplo de resistencia no-violenta. Antes que candidata a villa heroica, Anchuras era un pequeño municipio de los Montes de Toledo, en la Comunidad de Castilla-La Mancha. Situado al noroeste de la provincia de Ciudad Real, provincia a la que pertenece, está inserto en la comarca de la Jara, provincia de Toledo, y limita sólo con municipios de Toledo y Badajoz. Por ser un enclavado fuera de su provincia se le denomina “Rincón de Anchuras”.
No es lugar de paso. Si no vives allí, tienes que dar un rodeo para llegar a Anchuras. Excepto para la administración pública, que se acuerda de este rincón cuando tiene problemillas que resolver.
Así ocurrió a finales de los años 80, cuando el Muro de Berlín partía en dos Europa y la guerra fría daba sus últimos coletazos. Anchuras apareció súbitamente en el mapa de los estrategas militares cuando, ante un probable ataque preventivo de la URSS, nuestro gobierno ofreció nuestro suelo a los responsables de la OTAN para ubicar un campo de tiro que sirviera de entrenamiento a las fuerzas aéreas de las 4 bases españolas y a todas las fuerzas aéreas de la OTAN. La administración ambiental estatal, por aquel entonces conocida como ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza) ofreció para ubicar el campo de tiro una finca “sin valor ambiental”, Cabañeros, para caer en la cuenta posteriormente de que todos los Montes de Toledo tenían una altísima densidad de grandes aves planeadoras, la mayoría de ellas catalogadas como en peligro de extinción. Cabañeros pasaría con los años a ser un Parque Nacional, pero Anchuras pasó de ser un rincón inaccesible y olvidado, a ser un espacio para la lucha y la resistencia.
El Muro de Berlín cayó, la URSS se derrumbó y el franco Sur del escenario bélico europeo se desvaneció. En Anchuras respiraron tranquilos, no sin antes ofrecer una dura resistencia a la ocupación de sus fincas por parte de fuerzas militares que llegaron a mantener un pequeño destacamento en los terrenos donde se proyectaba ubicar el campo de tiro.
Quizás sea exagerado comparar las pretensiones de la actual Presidenta de Castilla-La Mancha, Doña María Dolores de Cospedal (@Cospedal), con un ataque preventivo de la URSS. Pero los vecinos de Anchuras sienten que les han vuelto a poner en la diana, y nuevamente sin preguntarles.
Si hace veinte años les tocó ser un campo de maniobras del Ejército del Aire, ahora quieren vender algunos de sus montes, de propiedad pública, ubicados en su término municipal. Como si fuera una maldición del destino, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha ha seleccionado 9 montes de titularidad pública, 4.078 hectáreas, en este término municipal, para ser puestos a la venta e intentar resolver los problemas económicos de esta Comunidad.
Y como ocurriera hace veinte años, el Alcalde de Anchuras, Santiago Martín, ha rechazado esta medida y ha recordado que estos montes públicos tienen un importante valor desde el punto de vista de la conservación de especies y de la gestión de la caza, por lo que su venta podría afectarles negativamente. Como ya ocurriera hace dos décadas, las altas instancias de la administración de Castilla-La Mancha les vende. Pero vuelven a contar con el apoyo y la simpatía de la sociedad civil.
Los montes públicos son nuestra herencia para las próximas generaciones, son de todos. Son como la ciudad de Toledo, patrimonio cultural, pero con funciones ambientales. Hoy como ayer. Ni en Cabañeros, ni en Anchuras, ni en Castilla-La Mancha, ni en ningún sitio. Nuestros montes no se venden.
Miguel Ángel Soto (@NanquiSoto), responsable de la campaña de Bosques de Greenpeace
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