1:30 de la madrugada se abre la puerta de tu camarote y Marcelo, el médico a bordo y marinero de guardia, dice: "Hay osos, por si quieren verlos". Entonces saltas de la cama, medio dormida, comienzas a vestirte para el frío helador de fuera y sales a cubierta, sin saber ni sospechar, todavía entre sueños, lo que estás a punto de ver...
Y de repente, sin haberte despertado del todo, los ves ahí: tres osos polares, ahí, delante de ti. Crees que estás soñando, pero no, ahí están; en frente, una madre y sus dos crías a tan solo diez metros del barco.
Es difícil describir la sensación de encontrarte en mitad de la noche (en mitad del día en verdad, porque aquí la luz dura 24 horas, en un eterno día que nunca acaba) con tres grandes osos polares. El corazón se acelera, casi sientes que te falta la respiración, "son tres" aciertas a decir y ves la imborrable sonrisa de tus compañeros en la cara y te das cuenta de que tú también estas sonriendo.
Pero ahí estaban, andando tranquilamente, primero la madre y luego sus crecidos vástagos, tan cerca, tan tan cerca. Caminan, saltan, andan, la madre se adelanta y comenzamos a perderla de vista. No podemos parar de mirarlos, emocionados y desando que no sigan el camino que les aleja de nosotros, esperando que se queden un poco más. Pero no, se alejan en la niebla y desaparecen en ella. Tal como vinieron.
Y nos quedamos ahí, todavía sin poder creer lo que acaba de pasar. Contándoles lo que acabamos de ver a nuestros compañeros que llegaron tarde a ese espectáculo que la naturaleza, que el Ártico, nos acababa de regalar. "¡Hemos visto tres osos, tres!" nos miran, entre dormidos, incrédulos y, seguro que también, un poco envidiosos.
Fue solo un momento, pero sabemos que no nos olvidaremos y que esa no va a ser la primera vez que relatemos nuestro fugaz encuentro. Cuando somos conscientes de que, a pesar de nuestros deseos, no van a regresar, comenzamos a irnos de vuelta a la cama, todavía emocionados por lo que acabamos de presenciar. Nos metemos en la litera sabiendo que tardaremos un rato en volver a recuperar el sueño y que somos unos privilegiados por lo que acabamos de observar.
Antes de dormir, no puedo evitar pensar que ese espectáculo del que acabamos de ser testigos quizá deje de existir, de que, si no se frena el cambio climático y se protege el Ártico, el oso polar perderá su entorno y desaparecerá. En cierto modo, de una manera ingenua y tonta, pienso que quizá la 'mama oso' que se acercó hasta nuestro barco sabe que estamos aquí para protegerla y que vino para saludarnos y, con su presencia, motivarnos aún más a todos para salvar el Ártico.
¿Qué puedes hacer tú?
- Únete a la campaña por el ártico y firma para pedir la protección de este entorno único.
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