Hace unos días, Paulo, un lector, me escribió preguntando por “la actitud de la ONU con el veganismo, puesto que un ecologista debe de adoptar una dieta que sea lo más sostenible para el entorno”...
Desde hace años, Greenpeace examina y trabaja con el asunto de la dieta y sus impactos, y innumerables ciudadanos y ciudadanas nos consultan con frecuencia sobre el vegetarianismo y el veganismo. Nos cuidamos mucho de establecer simplificaciones sobre qué es mejor o peor porque se trata de una cuestión compleja en la que entran factores que van mucho más allá del consumo energético.
Estos factores incluyen la biodiversidad (incluida la agrobiodiversidad), la socioeconomía rural, la materia orgánica en el suelo (íntimamente relacionada con la relación animal-vegetal), los pastizales y ecosistemas silvopastorales, la transumancia y la ganadería que genera vertebración social y económica, el comercio internacional de materias primas, la pesca artesanal, etc.
Pero resulta que nuestro recién publicado informe Energía 3.0 habla de este asunto –aunque con una visión exclusivamente energética y parcial, sin pretensiones de dar recetas ni hacer recomendaciones.
Y vaya si hay una relación entre las energías renovables y la alimentación.
Aunque es sólo un punto curioso en un exhaustivo informe de ochocientas páginas, Energía 3.0 dice que “los hábitos y actitudes individuales, en lo relativo a la alimentación, pueden tener gran impacto sobre la demanda de recursos, y en particular de energía”.
Normalmente, la biomasa alimenticia no se contabiliza en los balances energéticos del sector primario.
Pero “si se evalúan las implicaciones energéticas de la forma de alimentarse, según distintos tipos de dieta y de forma de suministro de los alimentos”, aparecen resultados no muy sorprendentes: la alimentación vegano bio (ecológica) y local” contabiliza el menor consumo de energía; mientras que la alimentación “carnívoro estándar” registra el mayor consumo de energía (unas diez veces mayor tanto si se cuenta el consumo diario per cápita como se se cuenta el consumo total anual).
“Los atributos ‘bio’ (ecológico) y ‘local’ pueden tener un efecto energético del orden de la magnitud del asociado al tipo de dieta –termina diciendo el informe—. Si se tiene en cuenta que el consumo total de energía final en España, según la AIE para el año 2007, es de 1.193 TWh/a, y que el techo del recurso de biomasa energética en la España peninsular asciende a 426 TWh/a, se concluye el gran impacto que los hábitos y actitudes individuales, en lo relativo a la alimentación, pueden tener sobre la demanda de recursos, y en particular de energía”.
El caveat aquí es que se habla exclusivamente de la energía empleada en generar alimentos, no de la emisión de gases efecto invernadero que tienen los diferentes tipo de producción o de las tácticas y medidas que existen de mitigación y adaptación.
Las opciones individuales e informadas son todas ellas muy legítimas y dignas, pero lo interesante aquí es fijarse en el origen de lo que comemos y qué efecto tiene en el medio ambiente.
Miren Gutiérrez, directora ejecutiva de Greenpeace España
(Publicado originalmente en Diario Vasco)
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