La gobernadora de la provincia de Alberta (Canadá), Rachel Notley, ha hecho público un ambicioso plan para frenar el calentamiento global. Entre las medidas que anunció, el pasado domingo, está la de erradicar el uso del carbón para generación eléctrica en 2030, haciendo que dos terceras partes provenga de energías renovables. Pero la medida más importante es que se fija un límite máximo de la cantidad de arenas bituminosas que pueden extraerse por cuestiones climáticas.


Esta decisión supone un hecho histórico por muchas razones. En Alberta se encuentran las mayores reservas de petróleo de arenas bituminosas del mundo. Las únicas además que se están explotando en la actualidad. Las inversiones realizadas por distintas multinacionales vinculadas al petróleo han sido enormes y hay muchos intereses en juego, ya que si la explotación de estas reservas se frena o no llega a ser rentable, el futuro para la explotación de otras reservas, e incluso de otras clases de petróleos sucios y pesados, podrían no ver la luz. Asimismo, pondría en serio riesgo la confianza de los financiadores para mantener y/o proseguir con las explotaciones.

Sin embargo este petróleo tiene unos enormes impactos ambientales, muy superiores a los que ya conocemos del petróleo convencional por varios motivos. Su explotación se realiza principalmente mediante minería a cielo abierto, es decir mediante la deforestación de unos de los pocos bosques boreales que quedan intactos en el planeta. A continuación la materia prima extraída (una especie de alquitrán) debe tratarse, lo que consume enormes cantidades de agua dulce y genera grandes cantidades de residuos tóxicos líquidos y sólidos, que se almacenan además de manera inadecuada.  Lo que se obtiene al terminar el proceso es un petróleo extrapesado, de peor calidad y más difícil y peligroso de transportar, que emite más sustancias contaminantes y genera más residuos (coque) en las refinerías. Considerando finalmente todas las fases, las emisiones de gases de efecto invernadero en todo su ciclo de vida se estiman un 23% superiores a las del petróleo convencional.

Por estas razones mantener su explotación y comercialización supone una seria amenaza para el ser humano y el planeta. Significa, en el fondo, continuar inyectando combustibles fósiles más contaminantes al sistema socioeconómico, lo que supone malgastar los recursos disponibles y el escaso tiempo que nos resta en acometer la transición hacia modelos basados en energías limpias que eviten que el aumento de temperatura global rebase el umbral de seguridad de 1,5 ºC establecido por los científicos.

Por esta razón, desde hace 10 años, grupos ecologistas de América del Norte y Europa, entre los que se encuentra Greenpeace, junto con organizaciones sociales, cómo por ejemplo la representante de los pueblos originarios de Canadá (Primera Nación), llevan luchando, organizándose y realizando acciones y movilizaciones para frenar la explotación de estos recursos.

Tras el veto presidencial de Barack Obama a la construcción del oleoducto Keystone XL que pretendía transportar el crudo desde Alberta hasta el Golfo de México a través de EEUU, el límite anunciado a la explotación, por cuestiones climáticas en Canadá, supone otra victoria incuestionable del movimiento ecologista en su lucha por frenar estos petróleos sucios. Un pequeño paso más en la lucha por reducir el consumo de combustibles fósiles.

Nuestros líderes políticos, de cara a la próxima Cumbre Climática de París, deberían tomar buena medida de esta trascendental decisión. Evitar que los intereses de las compañías vinculadas a los combustibles fósiles prevalezcan frente al bienestar de las personas (y las generaciones futuras) y el planeta, es tan solo una cuestión de voluntad política.

¿Qué puedes hacer tú?

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