La mejor defensa frente a las amenazas de Putin de cortarle el gas a Europa por la crisis de Ucrania y frente al rápido aumento de las emisiones causantes del cambio climático es cambiar de modelo energético. Sin embargo, ese cambio no es posible mientras permanezcamos atrapados por las eléctricas.
Como analiza el informe de Greenpeace “Atrapados en el pasado: por qué las grandes eléctricas europeas temen el cambio”, las 10 mayores eléctricas europeas (entre ellas la “española” Iberdrola y la italiana Enel, propietaria de Endesa) producen casi el 60% de la electricidad de la UE, y lo hacen transformando en electricidad unas fuentes de energía que en su mayoría obtienen del exterior. Entre 2002 y 2012 duplicaron sus beneficios y aumentaron sus ingresos, pero su posición de dominio empieza a tambalearse.
Y es que el negocio eléctrico ya no es como antes. Se suman factores externos (desastre nuclear de Fukushima, informes científicos y evidencias del cambio climático, reducción de la demanda energética, revolución tecnológica de las renovables, la eficiencia y las redes inteligentes) y decisiones políticas (liberalización de los mercados, políticas climáticas, control de emisiones, abandono nuclear en varios países).
Todo ello tiene consecuencias para las eléctricas: la generación de electricidad en centrales térmicas y nucleares es más cara pero, “por culpa” de la mayor producción de las renovables y de la bajada del consumo, la electricidad se vende más barata en los mercados mayoristas y las centrales térmicas funcionan menos tiempo. Eso hace que bajen los ingresos de las compañías, baja su valor en el mercado y lo que era un negocio seguro “de toda la vida” es ahora un negocio en crisis. Desde 2008 han perdido la mitad de su valor de mercado de 1 billón de euros.
La responsabilidad es de las propias eléctricas, que ignoraron esas señales y se dedicaron a aumentar sus inversiones en plena crisis (más que duplicaron sus inversiones desde 2008 respecto al sexenio anterior) y, encima, en las tecnologías equivocadas: en una década se instalaron 85 gigavatios (GW) de centrales térmicas en la UE (27 de ellos en España). Los analistas señalan que para 2017 tendrán que cerrarse unos 49 GW de térmicas innecesarias.
La mayoría de las grandes eléctricas “pasaron olímpicamente” de las renovables (solo el 4% de la electricidad producida por las 10 grandes eléctricas europeas se basa en renovables no hidráulicas) e incluso Iberdrola, que durante algún tiempo incluyó las renovables entre sus prioridades de inversión, se desdijo más tarde y se convirtió en el mayor enemigo de las renovables en España. En palabras del presidente de RWE, la mayor eléctrica alemana: “Sí, también cometimos errores. Empezamos a invertir en renovables tarde, ¡probablemente demasiado tarde!”.
No todas hicieron lo mismo. Mientras algunas han empezado a transformar su negocio, incorporando nuevos servicios que favorecen la gestión de la demanda, el autoconsumo y la generación renovable, la reacción de las grandes ha sido la de presionar a los gobiernos para que cambien las normas de manera que les aseguren mantener sus ingresos a toda costa. En definitiva, hacer pagar las consecuencias de sus errores a sus clientes (los ciudadanos) y a sus competidores (los generadores renovables). Eso es justamente lo que hace la reforma energética en España, el país donde más escandaloso es el fenómeno de las puertas giratorias.
No podemos permitirlo. Hay que exigir a nuestros gobernantes que la legislación mande señales claras e inequívocas para que el modelo de negocio eléctrico se adapte al imperativo de sostenibilidad ambiental y económica de los nuevos tiempos. Y esas señales empiezan por adoptar nuevos objetivos, más ambiciosos, de energías renovables para 2030. Justo lo que las grandes eléctricas rechazan, ¿por qué será?
José Luis García Ortega @jlgarciaortega, responsable del Área de Investigación e Incidencia de Greenpeace
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