Formo parte de la tripulación del Arctic Sunrise. Mi función a bordo es de marinera de cubierta; coopero con las maniobras del barco, mantenimiento y guardias en el puente. He trabajado durante siete años en un barco arrastrero industrial surimero, uno de los más grandes del mundo; con 118 metros de eslora, 18 metros de manga y 100 tripulantes. Este barco cuenta con la capacidad de tender una red que abre su boca casi 100 metros de ancho y que arrasa con todas las especies que se cruzan por su camino. Hace unas viradas diarias de mas de 250 toneladas de pescado, incluyendo muchas especies que no son de su interés (tiburones, abadejos, bonitos, y otros) y que van al descarte para ser convertidas en harina. O incluso son lanzadas otra vez al agua.
En la fábrica, la merluza austral o la merluza de cola es fileteada con unas máquinas que cortan hasta 5000 pescados por minuto para luego triturar esa carne, hidratarla, refinarla y prensarla con el objetivo a exportarla a Japón y ser convertida en kanikama, kamaboko, etc.
El producto final es solo el 30% del pescado cortado. Por lo tanto podemos deducir que para completar su bodega de 2000 toneladas necesita procesar más de 7000 toneladas de pescado en 45 días.
He sido testigo presencial en los últimos tiempos del déficit del recurso pesquero; siete o cinco años atrás se completaba la bodega en 45 días con 1500 o 2000 toneladas y en los últimos dos o tres años difícilmente llegan a las 500 toneladas de surimi. Esto es consecuencia de los abusos cometidos desde hace tiempo, como la pesca indiscriminada de especies juveniles menores a los 35 cm que nunca han desovado; la falta de inspector abordo o la indiferencia del mismo en caso de haber uno abordo; el tamaño de las mayas de la red, ilegales, que no permiten que se escapen las especies juveniles, etc.
La ambición de los pescadores hace que hagan un lance tras otro sin dar tiempo a que la merluza sea procesada; para ganar calidad muchas veces tiran el pescado al agua o al descarte para priorizar el más fresco.
Todo esto lo he visto con mis propios ojos y he sido en cierto modo cómplice de esta voraz depredación. Como una una forma de buscar redimir la culpa y luchar contra la impotencia que sentía me hice socia de Greenpeace. Seguía las acciones con la esperanza de que algún día pudiera aportar mi granito de arena para luchar en contra de estos monstruos que lo están destruyendo todo.
Estar aquí, a bordo del Arctic Sunrise, era mi sueño más grande, casi lo consideraba imposible. Pero cuando uno desea algo con todo el corazón, el universo conspira para que eso llegue a uno. Y es así como Greenpeace llegó a mí dándome la oportunidad de aportar algo a nuestro planeta.
Sé que hay mucho por hacer y tengo un gran entusiasmo y una enorme convicción por lo que estamos luchando. Estoy feliz y agradecida de participar activamente en esta campaña contra la pesca de arrastre.
A bordo del Arctic Sunrise, F. A. marinera de Greenpeace
- Informe “Hasta que desaparezca el último pez: el absurdo modelo de la pesca de arrastre de profundidad”
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