Ayer, a las doce de la mañana, una persona entraba en la página web de Greenpeace para escoger un nombre para una ballena jorobada entre los 30 disponibles. Era la número 100.000. Este increíble número de participantes, en solo tres semanas, pone de manifiesto el gran interés por la conservación de los mamíferos más grandes del planeta y nos anima a seguir adelante en nuestro compromiso con las ballenas.
Los amantes de las ballenas exigen a Japón que cese la cacería que se propone reanudar. Con este propósito el buque Esperanza ha vuelto por enésima vez a aguas antárticas. Esperamos que esta sea la última vez que las zodiacs se interponen entre los arpones y las ballenas.
La caza de ballenas en la Antártida comenzó en 1904 y noruegos, británicos, chilenos y estadounidenses se dedicaron a esta actividad de forma frenética. En 1940 los registros recogieron la caza de 156.607 ballenas en estas aguas. El rápido declive de las poblaciones de las grandes ballenas motivó la creación de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en 1946 con el objetivo de gestionar la caza. Sin duda, no lo consiguieron y en 1986 la CBI acordó una moratoria temporal sobre la caza de ballenas que se hizo definitiva en 1992. Islandia, Noruega y Japón no la respetan.
Japón habla de caza “científica” y de que no tiene nada que ocultar, pero el pasado 18 de noviembre, nada más salir del puerto de Shimonoseki, los dispositivos de identificación de la flota ballenera dejaron misteriosamente de funcionar. Podría pensarse, sin embargo, que la cercana presencia de los guerreros del arco iris a bordo del Esperanza tuvo algo que ver. Y alguien debería explicarnos también por qué un buque de vigilancia japonés estuvo persiguiendo al barco de Greenpeace durante casi una semana. Podría pensarse también que desde esa nave se estaba informando a la flota “científica” ballenera de la posición exacta del Esperanza.
Afortunadamente, nuestro barco no es fácil de detener, pues va impulsado por el aliento de los tres millones de socios que confían en su tripulación para que detenga esta barbarie.
Maria José Caballero, responsable de la campaña de Océanos de Greenpeace.
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