Magazine / junio 2017

Cuando defender el medio ambiente cuesta la vida

© Bente Stachowske / Greenpeace

Campaña 'El precio del activismo'

Berta Cáceres fue asesinada hace un año por defender la tierra frente a la explotación de las multinacionales. En dos años más de 340 activistas han muerto por denunciar agresiones medioambientales. Greenpeace rindió homenaje a estas víctimas con unas jornadas sobre “El precio del activismo”.

“Vos tenés la bala… Yo la palabra… La bala muere al detonarse… La palabra vive al replicarse”. Estas son las palabras de Berta Cáceres, activista hondureña asesinada hace más de un año por oponerse a la construcción de una presa en territorio indígena lenca. Tan solo doce días después, Nelson García, miembro de la misma organización, fue también asesinado. Tres meses más tarde otra compañera, Lesbia Yaneth.

Berta, Nelson y Lesbia encabezan una larga lista de asesinatos de defensores medioambientales y de los derechos humanos. Según las cifras de organizaciones como Global Witness, en dos años han asesinado a más de 340 activistas en el mundo, uno cada poco más de dos días.

Para rendir homenaje a estas personas que, como Berta y sus compañeros, han dado su vida en la lucha por la defensa del planeta y los derechos humanos, Greenpeace llevó a cabo la campaña ‘El precio del activismo’ que contaron con la presencia de la hija de Berta, Laura Zuniga y de Gustavo Castro, activista mexicano testigo de su asesinato, y diversos especialistas en este tema.

“Lejos de ir a mejor, la situación empeora año tras año. Proyectos mineros, hidroeléctricos, forestales o agroindustriales, entre otros, traen consigo la persecución y, a menudo, criminalización de las personas que se oponen a ellos”, explicaba durante la presentación Laura Furones, portavoz de la organización Global Witness.

En 2015 se batió un triste récord con más de 185 asesinatos. Pero, como apunta Furones, estos terribles datos se quedan cortos. “Hay muchas muertes que no conocemos y otras que no incluimos porque tenemos alguna duda y por eso no las contabilizamos. Los 185 es un mínimo absoluto, es la punta del iceberg”, añade Furones.

América Latina es la región más peligrosa, con 122 de esos 185 asesinatos. Honduras es el país que tiene el riesgo más alto del mundo y Brasil el que tiene el mayor número de muertos. El conflicto en este último tiene que ver con el precio de la madera, las comunidades agrícolas están siendo invadidas por plantaciones agrícolas o campamentos madereros ilegales.

Pero no solo en América Latina supone un riesgo el activismo, Filipinas  también es una de las naciones con más asesinatos de activistas ambientales. Amnistía Internacional señala en su último informe que Filipinas se encuentra, junto a otros países como China o Corea del Norte, entre aquellos que practican la tortura y otros malos tratos contra quienes defienden los derechos humanos.  Además, África también tiene un largo historial contra el activismo aunque, como admiten los expertos, en esta región existen pocos datos sobre esta persecución.

Victoria García, portavoz de Amnistía Internacional, reflexionó sobre la impunidad de la violencia contra activistas en Latinoamérica, algo que la ONG investigó en 2016. “Las denuncias de las personas defensoras de derechos humanos y de la tierra quedan impunes. Las investigaciones se inician pero quedan paralizadas. Los juicios son largos y muy costosos emocionalmente”.

Global Witness también resalta este hecho. “La corrupción y la connivencia entre Estado y empresas hace posible esta situación, caracterizada por una casi absoluta impunidad. Los autores intelectuales, es decir, quienes ordenan los asesinatos, rara vez acaban en los tribunales. Y aún ante tanta adversidad, los activistas siguen trabajando incansablemente para proteger el planeta que todos habitamos. Tenemos una obligación humana y moral de apoyarles y defenderles”, concluyó Furones.

Dentro de esta situación de riesgo, las comunidades indígenas y las mujeres son las más perseguidas. Gustavo Castro, testigo de la muerte de Cáceres, que fue herido y dado por muerto y que ha tenido que abandonar su país por el riesgo que supone, resaltaba esta persecución a las mujeres. “Las mujeres están siendo la punta de lanza de la resistencia. Muchas se han quedado solas. Los hombres han partido y ellas se hacen cargo de la familia, el patrimonio y la tierra. Están sufriendo especialmente esta violencia”, indicó Castro.
En este sentido, la hija de Berta Cáceres, Laura Zuniga, añadió: “En una sociedad masculinizada, son ellas a las que más se ataca. Se las estigmatiza y se les acusa de locas o brujas resentidas”.

Castro destacó también el carácter ejemplarizante de esta persecución, de estas muertes. “El mensaje que se quiere mandar con el asesinato de líderes y lideresas es un mensaje de terror: ‘Nadie que se oponga al modelo económico y a las decisiones de la clase política va a quedar vivo”.

Sin embargo, como señaló Zuniga, tras el asesinato de su madre, “la profunda indignación” se tradujo en un grito de fuerza, en el grito de “Berta no murió, se multiplicó”. “No hay que dejarse invadir por el pesimismo” porque, recordó Laura con una sonrisa, “hay miles de Bertas”, explica.

Porque, tal y como afirmaba siempre Berta Cáceres: “No nos queda otro camino que luchar”.

Premio Artemio Precioso
a Berta Cáceres

En un emotivo acto marcado por la petición de justicia y el homenaje a la figura de Berta Cáceres y de todas aquellas personas que defienden el medio ambiente y los derechos humanos aún a costa de su vida, Greenpeace entregó su premio Artemio Precioso a su hija, Laura Zuniga, que recibió el premio de la mano del periodista Toño Fraguas.

Texto Marta San Román