Magazine / diciembre 2016

Esperanza para el clima

© Angie Rattay / Greenpeace

Las crónicas que llegaban desde Marrakech, la ciudad marroquí que acogía la 22 Cumbre del Clima, eran desalentadoras: la elección de Donald Trump como presidente de EE. UU. y su conocido respaldo a las energías contaminantes hicieron que un cierto pesimismo se extendiera por la COP. Sin embargo, la determinación de la mayoría de los países para luchar contra el cambio climático llenó las salas de reuniones de ilusión: a pesar de todo hay esperanza para el clima.

Si nada lo remedia, 2016 va camino de convertirse en el año más caluroso desde que se comenzara a tomar registros en el siglo XIX y la temperatura habrá sido 0,88 ºC superior a la media, de hecho, prácticamente todos los años de este siglo han sido récord de temperatura. Estas evidencias científicas, sumadas a los impactos directos como el aumento de la intensidad y frecuencia de fenómenos meteorológicos como huracanes o sequías, parecían ser suficientes para tomarse muy en serio el cambio climático, hasta que ganó Trump.

Durante la celebración de la cumbre, el propio John Kerry, aún secretario de Estado en el Gobierno de Estados Unidos, aseguró que no se puede dar marcha atrás a todos los avances y compromisos acordados. “Necesitamos respaldarnos en la ciencia y no en las ideologías”, declaró el político estadounidense que ve cómo los huracanes azotan con más frecuencia las costas de su país y cómo los vecinos de California han comenzado a pintar de verde el césped reseco de sus jardines por la interminable sequía.

“Me quedo con la ilusión de ver a 47 de los países más afectados por el cambio climático comprometiéndose a producir su energía únicamente con renovables en 2050”, comentaba Tatiana Nuño, experta en cambio climático e integrante de la delegación de Greenpeace desplazada hasta Marrakech. “A pesar de Trump y las amenazas que realizó durante la campaña electoral de suspender las aportaciones de su país para luchar contra el cambio climático, el ánimo no ha decaído y la comunidad internacional no ve otra solución que avanzar para tratar de evitar que la temperatura del planeta siga subiendo”.

EE. UU. es el segundo país más contaminante del mundo, después de China, pero tiene una mayor responsabilidad histórica por haber emitido durante más tiempo. Por eso si se pusieran en peligro los 3.000 millones anuales a los que se comprometió Obama para luchar contra el cambio climático, sería un duro golpe. Esto no logró desilusionar a los participantes en la cumbre del clima, que acordaron que, a lo largo de 2017 trabajarían para tener en 2018 las normas de funcionamiento para hacer realidad los compromisos y esfuerzos de reducción acordados en París.

En la actualidad China ha ocupado el primer puesto como mayor emisor de gases de efecto invernadero del planeta, principalmente porque ha basado buena parte de su desarrollo económico en la energía eléctrica procedente de centrales teŕmicas de carbón. Esto, además de generar cambio climático, ha provocado graves problemas de salud en la población china, lo que ha llevado al Gobierno a comprometerse a reducir sus emisiones y apostar por las renovables. De hecho, durante la cumbre se especulaba que el vacío de liderazgo que podrían dejan los EE. UU. de Trump, podría ser asumido por China o India, otro país con un fuerte crecimiento y también muy contaminante. En cualquier caso, todo un reflejo de que la comunidad internacional parece no estar dispuesta a abandonar la lucha contra el cambio climático y de que aún está unida para salvar el planeta de los peores efectos del cambio climático. Y, para eso, hace falta esperanza, voluntad y trabajo.

La anécdota de la cumbre

Durante un encuentro internacional, como la cumbre del clima de Marrakech, suceden infinidad de anécdotas, pero quizás la que más llamó la atención entre las delegaciones españolas fue la protagonizada por la ministra de Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, que en el discurso que pronunció en la cumbre, repitió literalmente varios párrafos de una intervención que realizó el día antes Mariano Rajoy, algo que no pasó desapercibido a los asistentes y que fue interpretado como un síntoma de dejadez por parte del Gobierno de España que aún carece de planes contra el cambio climático. Lejos de avergonzarse, la ministra decidió pasearse en bici con su antiguo jefe, el comisario Miguel Arias Cañete, y el presidente de Iberdrola, Juan Ignacio Sánchez Galán.

Una transición justa para el fin del carbón

En pleno siglo XXI España sigue confiando parte de su producción eléctrica a la quema de carbón, una tecnología obsoleta y con graves consecuencias para el clima y la salud de las personas. Ante esta situación, la Unión Europea y otras administraciones han subvencionado durante años la producción de carbón pero en 2018 el grifo se cerrará. Las grandes empresas eléctricas, que también se han beneficiado de las ayudas, han quemado carbón nacional mientras les era rentable y, en su mayoría, han anunciado que tras 2018 seguirán quemando carbón, aunque importado.

Como suele suceder en estos casos, las víctimas son las personas que han trabajado tanto en las minas como en las centrales térmicas, de las que probablemente nadie se acordará porque ya no serán necesarios para las eléctricas. Para adelantarse a esta situación de cierre, Greenpeace ha elaborado un informe, en el que ha participado el instituto Istas de CC. OO. y la consultora Abay, que trata de encontrar soluciones a estas personas más allá del carbón y pedir a las administraciones y las empresas implicadas una transición justa. El estudio presenta ejemplos de los procesos llevados a cabo en otros países y analiza cómo podría ser esa transición en la cuenca minera de Andorra (Teruel).