Magazine / noviembre 2015

Cortos

© Jean-Luc Bertini / Greenpeace

Europa no quiere transgénicos

Cada vez queda más claro: la mayoría de los países de la Unión Europea no confía en los cultivos transgénicos. A principios de octubre, más de la mitad de ellos solicitaron que se prohibiera el cultivo de transgénicos en su territorio. Piden que no se comercialice en sus territorios el maíz insecticida de Monsanto MON810, el único transgénico autorizado para el cultivo en la UE, ni ninguno de los que están pendientes de autorización. Hasta el momento se han sumado 11 países (Austria, Croacia, Francia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, los Países Bajos, Polonia, Alemania y Chipre) y cuatro regiones (Valonia, Bélgica y Escocia, Gales e Irlanda del Norte), que suman el 66,2% de la superficie agrícola de la Unión Europea. Se espera que otros cuatro países (Bulgaria, Dinamarca, Italia y Eslovenia) también se sumen a la petición, de acuerdo con sus declaraciones públicas. España, en cambio, sigue siendo la oveja negra de los transgénicos en Europa.

Sin duda, un ‘no’ rotundo a los transgénicos que hay que celebrar. Nos enfrentamos a grandes retos, pero nos cabe duda de que muy pronto veremos una Europa completamente libre de transgénicos, que proteja su agricultura y que no arroje dudas sobre la seguridad de los alimentos que produce.

© Christian Aslund/ Greenpeace

Explosiones en el Ártico

Explosiones cada 10 segundos, durante 24 horas, los siete días de la semana. Con un impacto acústico que produce gravísimos daños en narvales y otros mamíferos marinos. Esto es lo que está ocurriendo ahora mismo en el Ártico, en Groenlandia.

Durante el verano, una empresa noruega ha explorado hasta 7.000 km en busca de petróleo. Y lo ha hecho con explosiones acústicas submarinas que tienen una intensidad de ruido que sería percibida por el ser humano como unas ocho veces más fuerte que un motor a reacción despegando, y que suponen un impacto brutal sobre el sistema de comunicación o ecolocalización de ballenas y otras especies marinas. Este tremendo ruido de 259 decibelios impacta en los oídos de mamíferos marinos, como el amenazado narval, provocando la sordera temporal o permanente de los animales, e impactando a hábitats de especies que hasta la fecha han tenido escaso contacto con el ser humano.

Greenpeace sigue trabajando para parar todas las exploraciones de petróleo en el Ártico. No pararemos hasta lograr que las explosiones se paren, porque los beneficios de las compañías petroleras no pueden estar por encima de la conservación de este ecosistema único.

© Greenpeace/Pedro Armestre

La NASA nos da la razón

El pasado mes de agosto la NASA dio un dato alarmante: el nivel del mar ha subido mucho más de lo que se preveía. En los últimos 23 años la subida media ha sido de ocho centímetros, llegando a los 22 en lugares como las costas del Pacífico de Asia y Oceanía.

¿El motivo? El cambio climático. El calentamiento de las aguas provoca la desaparición de glaciares y funde el hielo continental de los polos. La consecuencia es que el nivel del mar sube, y va a seguir haciéndolo.

Muchos se han sorprendido ante estos datos. Pero en Greenpeace llevamos muchos años denunciando que o se lucha de manera seria contra el cambio climático o la subida del nivel del mar va a continuar inexorable. Llevamos años viviendo los ataques de los “negacionistas” por alertar de lo que hoy nos confirma la NASA. En 2009 incluso nos llevaron a los tribunales por alertar de la subida del nivel del mar, y nos tacharon de alarmistas. Pero ahora los datos y la realidad nos vuelven a dar la razón.

¿Qué más tiene que suceder para que se luche contra el cambio climático?

© Bogusz Bilewski / Greenpeace

LOS ARCTIC30 SON INOCENTES

La detención del Arctic Sunrise y sus 30 tripulantes en 2013 fue ilegal. Es la sentencia que dictó el pasado mes de agosto el Tribunal de arbitraje sobre el Derecho Internacional del Mar.

La resolución defiende que “la protesta en el mar es una actividad lícita en relación con la libertad de navegación”. Esto significa que se puede protestar contra las prospecciones petrolíferas en cualquier mar del mundo y sienta un precedente importantísimo para la protesta pacífica en alta mar.

Es curioso que, también en agosto, la Fiscalía española, a través de un informe de la Armada, acusó a una activista de piratería por protestar contra las prospecciones petrolíferas que Repsol llevó a cabo el pasado otoño. A pesar de que la activista resultó gravemente herida por las embarcaciones de la Armada, la Fiscalía no ha titubeado en defender la actividad de Repsol.

Lleguen a donde lleguen las autoridades españolas, tenemos la conciencia tranquila de actuar en la defensa de los intereses de toda la ciudadanía. Y de que, en última instancia, el Tribunal de arbitraje sobre el Derecho Internacional del Mar nos dará la razón.

© Tom  Jefferson / Greenpeace

La Gran Barrera de Coral, a salvo

Hay proyectos que son una mala idea. Por ejemplo, abrir una nueva mina de carbón, ese combustible del s. XIX, en lugar de apostar por renovables. Si además la mina tiene un impacto ambiental sobre el medio marino, es aún peor. Y si el lugar marino donde impacta es uno de los ecosistemas de arrecifes de coral más importantes del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, entonces ya es una idea pésima.

Ese es el caso de la mina Carmichael, a cargo de la empresa Adani, en la costa noreste de Australia. El proyecto incluía el dragado del fondo marino de la Gran Barrera de Coral para poder expandir las instalaciones portuarias del cercano puerto de Abbot, además de otros riesgos, como un tráfico mayor de buques.

Pero no hay por qué temer: ¡la hemos logrado parar! La movilización popular contra el proyecto de gente anónima dentro y fuera de Australia y de varias ONG, entre ellas Greenpeace, ha sido masiva. Once grandes bancos se han ido retirando del proyecto al considerarlo una mala inversión, y en agosto el Tribunal Federal de Australia revocó el permiso para el proyecto. ¡Enhorabuena!

© Jeremy Sutton-Hibbert / Greenpeace

Peligro nuclear en Japón

En octubre llegaba una triste de noticia de Japón: un trabajador de Fukushima ha contraído leucemia. El trabajador estaba involucrado en la limpieza de los reactores nucleares destruidos y ha sido diagnosticado con leucemia “aguda” debido a su exposición a la radiación. A raíz de esta noticia nos surgen muchas preguntas: ¿Cuántos casos más puede haber detrás de este? ¿Están tomado el Gobierno japonés y la operadora de Fukushima todas las medidas necesarias para parar la radiación y proteger a sus trabajadores?

Si ello fuera poco, poco antes habíamos recibido otra mala noticia: el Gobierno japonés ha reiniciado un segundo reactor nuclear, tras casi dos años con sus centrales nucleares paradas. Durante ese tiempo no se produjo crisis energética alguna: los trenes iban y venían, todas las luces seguían encendidas, y sus smartphones se han podido cargar sin problemas.

¿Por qué volver a poner en riesgo a la población? ¿Por qué seguir invirtiendo en una energía obsoleta y peligrosa? ¿Por qué Japón, líder en tecnología, no apuesta por avanzar en el campo de las energías limpias? Sin duda, las grandes compañías eléctricas y sus intereses económicos están detrás de ello.