La radiactividad que, rutinariamente emiten las instalaciones nucleares, se incorpora a los seres vivos y se distribuye por el medio ambiente por vías, a menudo, inusuales. Es el nuevo descubrimiento al que ha llegado la Agencia de Medio Ambiente británica con respecto a las golondrinas de Sellafield, en Cumbria (Reino Unido), sede de un importante complejo nuclear.

Que la radiactividad no conoce fronteras ya nos lo demostraron dramáticamente los accidentes de las centrales nucleares de Chernóbil y de Fukushima, entre los más importantes. La nube radiactiva que se originó tras la liberación masiva de radiactividad en esas centrales se distribuyó por todo el mundo, impulsada por los vientos, descargando su nefasta carga al azar de las condiciones meteorológicas reinantes en los lugares por donde pasaba.

Pero no es la única vía. La contaminación de las aguas marinas provocada por las descargas de enormes cantidades de agua altamente radiactiva procedente de la siniestrada central nuclear de Fukushima se ha detectado en el plancton, las algas, los peces y demás seres vivos que viven en esas aguas. Pero esa radiactividad no se queda en la zona cercana. De nuevo, la radiactividad se distribuye por el medio ambiente por métodos insospechados. Un ejemplo de ello reciente es el transporte de la contaminación radiactiva del accidente de Fukushima mediante el atún rojo procedente de las aguas contaminadas de Japón hasta las lejanas costas de América del Norte (más de 6.000 millas les separan).

El caso de las golondrinas radiactivas de Sellafield demuestra que no es necesario que se produzca un accidente nuclear para que el medio ambiente se contamine radiactivamente. Este caso es una demostración de la contaminación radiactiva que inevitablemente producen las plantas nucleares en su funcionamiento rutinario. El asunto no es totalmente nuevo pues, hace unos años, se publicó el descubrimiento de altos niveles de contaminación radiactiva en miles de palomas salvajes y gaviotas en Cumbria, donde se ubica el complejo nuclear de Sellafield. Pero ahora la radiactividad ha llegado a las pobres golondrinas.

La Agencia de Medio Ambiente británica ha descubierto que estas aves se han contaminado debido a la ingestión de los mosquitos que revolotean sobre los tanques de almacenamiento de agua radiactiva del complejo nuclear de Sellafield. La Agencia empezó su investigación tras detectar altos niveles de radiactividad en los excrementos de las golondrinas  bajo sus lugares de nidificación o de reposo, frecuentemente ubicadas en zonas urbanas.

La Agencia de Medio Ambiente ha informado recientemente de este hecho en una reunión del Subcomité de Salud Ambiental de Cumbria Occidental y, aunque no proporcionó ni el número de golondrinas estudiadas ni los niveles de contaminación radiactiva de éstas, la Agencia aseguró que se estaban tomando medidas para que Sellafield Ltd (la empresa que gestiona el complejo) resuelva el problema de los mosquitos. La plataforma Cumbrians Opposed to a Radioactive Environment (CORE) ha hecho pública esta información y ha anunciado que presionará a la Agencia para asegurarse de que ésta tomará medidas al respecto.

Como refleja CORE en su comunicado, ahora las entrañables golondrinas y su progenie llevarán sin darse cuenta, a finales del verano, durante su migración anual, un mensaje altamente tóxico desde el Reino Unido a África del Sur, una distancia equivalente al llevado a cabo recientemente por el atún rojo desde Japón a Estados Unidos.

Y en la primavera siguiente, las mismas aves, de vuelta a Europa, glosando a Gustavo Adolfo Béqcker: "Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y, otra vez, con el ala a sus cristales jugando llamarán", sólo que esta vez, llevarán un triste mensaje radiactivo.

Carlos Bravo (@CapitanFoton), coordinador de las campañas de Energía, Cambio climático y Nuclear de Greenpeace
Imagen:
Cedida/Lavozdigital.es/ Autor: Marta Domínguez Garrido