Hace unos días, la revista Rolling Stone publicó un artículo de Bill McKibben, líder de 350.org, que tiene todos los elementos para convertirse en un best-seller del verano: la humanidad se enfrenta a un gran reto pero el interés económico de unos pocos se opone al beneficio global, hay tramas ocultas, presión política, grandes sumas de dinero en juego, víctimas, verdugos... y hasta ese punto de reality show que tanto nos gusta porque se trata de una historia real. La nuestra.

Todo empieza con la constatación de una situación paradójica. Los impactos del cambio climático son cada vez mayores, el planeta bate récords de calentamiento y, sin embargo, la acción política sigue dejando mucho que desear. El gran reto asumido por la mayoría de países en la cumbre del clima de Copenhague es quedar por debajo de los 2ºC de calentamiento global para evitar los peores impactos del cambio climático. Algo que incluso puede tener que revisarse a la baja a la vista de los impactos que ya causa un 0,8ºC de aumento de temperatura alcanzado hasta la actualidad.

Pero los compromisos concretos no llegan: para tener un 80% de posibilidades de permanecer por debajo de los 2ºC hay que reducir las emisiones. Según cálculos de los expertos, solo podemos emitir 565 Gt de CO2 a la atmósfera entre hoy y 2050 porque, para entonces, deberíamos estar prácticamente en emisiones cero a nivel mundial. Al ritmo que aumentan las emisiones (un 3% anual), en 16 años habremos agotado este “presupuesto de carbono”, por lo que es esencial influir en esta trayectoria y repartir las 565 Gt de forma que nos permitan abordar el proceso de reconversión energética mundial antes de 2050.

Según las últimas encuestas, la mayoría de ciudadanos del mundo estaríamos de acuerdo con asumir este reto pero la industria de los combustibles fósiles tiene otros planes. Una estimación de las reservas de combustibles fósiles que figuran en las previsiones económicas de las compañías del sector y de los principales países petroleros constata que las emisiones asociada a las previsiones de negocio del sector ascienden a 2.795 Gt de CO2. Esta cifra supera con creces (¡en cinco veces!) la que nos podemos permitir según la ciencia, sin embargo es en la que se basan los cálculos de las principales petroleras y países de la OPEP y, por lo tanto, la que condiciona su valor en el mercado. Eso es lo que les lleva a redoblar esfuerzos para evitar cualquier recorte. ¿Un ejemplo? El lobby político, económico y mediático de la petrolera de los hermanos Koch.

No podemos esperar que el sector fósil cambie de opinión por sí mismo, ni va a ser fácil contrarrestar su influencia política, por el poder económico que ostenta y las constantes “puertas giratorias” entre el sector y la Administración. El sector está en clara ventaja, algo que se traduce, por ejemplo, en el hecho de que no deba pagar por su contaminación (como al resto de sectores de actividad o particulares). Y ahí es donde está la mayor oportunidad de acción. Si se obligara al sector a internalizar sus costes ambientales (mediante una tasa al CO2 o otro mecanismo) y se frenara cualquier línea de subvención, sus productos tendrían el precio que ambientalmente les corresponde, los analistas de inversión asociarían riesgos mayores a este negocio y el sector competiría de una forma más justa con el resto de fuentes energéticas.

El aumento de precios, junto con la creciente conciencia social sobre el problema climático,  desincentivaría también el consumo, algo que sumado a lo anterior restaría potencia al negocio e influencia al sector; además de reducir “automáticamente” las emisiones y generar ahorros en partidas públicas como prevención de la contaminación, sanidad o compra de derechos de emisión.

A nadie se le escapa que no es un proceso fácil y que el sector está más beligerante que nunca, impidiendo cualquier acuerdo internacional que le limite el campo de acción y limitando, a nivel nacional, los avances a las energías renovables. Pero es difícil ir contra el progreso tecnológico sobre todo si cuando, como en el caso de las energías limpias, va tan ligado al bien global.

La revolución energética ya ha empezado, podemos salvar el clima y avanzar hacia la única economía posible en el futuro: la verde.

Desde Greenpeace seguiremos trabajando para conseguirlo porque estamos convencidos de que como dijo uno de nuestros fundadores “los grandes cambios parecen imposibles al principio pero se vuelven irremediables al final”.


Aida Vila (@aidavilar), responsable de la campaña Cambio Climático y Energía de Greenpeace España.

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