Mi nombre es Paul Ruzycki, soy capitán del barco Esperanza de Greenpeace y llevo 33 años navegando.

Crecí en la zona de los Grandes Lagos, en Canadá, que son como un mar interior de agua dulce. Para mí y los demás niños de mi pueblo natal, el océano era un vasto y remoto paisaje lleno de todas las criaturas asombrosas que podías ver en un libro de ciencias o en las películas de Jacques Cousteau. El océano era inmenso, distante, hermoso, e indestructible. ¿Cómo podía la actividad humana estropear una máquina de vida tan poderosa y diversa?

Tiempo después me convertí en marinero y me fui de los Lagos a los océanos de todo el mundo. Aquellos espacios abiertos y soñados se convirtieron repentinamente en mi segundo hogar. Se me llenaban los pulmones de aire del mar, y mis ojos se acostumbraron al interminable horizonte. Y al igual que con tu primer amor conoces por primera vez lo quu es el dolor, con toda la belleza del océano llegué a conocer la destrucción.

Fue un baño de realidad: los gigantescos buques de carga arrojando sus residuos en el medio del océano, barcos arrastreros abriendo cicatrices en el fondo marino, flotas de pesca ilegal agotando la vida marina, extracción de petróleo cambiando la banda sonora de alta mar. Me di cuenta de que la avaricia también navegaba. El sueño del océano se estaba convirtiendo en una pesadilla y los documentales de Cousteau en una película de terror.

Es por eso que como marinero, he dedicado mi vida a proteger los frágiles océanos, incluso me he arriesgado a pasar años en prisión tras ser acusado de piratería por protestar pacíficamente contra las perforaciones petrolíferas en alta mar en aguas internacionales del océano Ártico.

Pero todavía hay esperanza si actuamos con la suficiente rapidez. Si damos a los océanos el espacio que necesitan con tanta urgencia, se recuperarán de décadas de sobreexplotación, contaminación y destrucción. Y para que esto suceda, necesitamos una protección adecuada. Esto significa una red sólida y viable de áreas marinas protegidas y santuarios marinos en aguas nacionales e internacionales.

Y esto requiere coraje y voluntad política. Porque los océanos ya no pueden ser tierra de nadie, ni ser tratados como el contenedor del mundo. Las zonas más remotas de alta mar son esenciales para el equilibrio del clima y la biodiversidad del planeta. Hay una conexión directa entre todos nosotros y lo que ocurre a miles de kilómetros de la costa. Cuanto antes entendamos esto, cuanto antes pasemos a proteger los océanos, antes estaremos salvaguardando nuestro propio futuro.

Todos los gobiernos del mundo están ahora reunidos en la sede de Naciones Unidas en Nueva York discutiendo el futuro de nuestros océanos y, espero, dándoles la protección que tan desesperadamente necesitan.

Espero que nos estén escuchando.

 

Paul Ruzycki es capitán del barco Esperanza de Greenpeace