El 6 y el 9 de agosto de 1945 las ciudades de Hiroshima y Nagasaki quedaron reducidas a cenizas y escombros. Es preciso seguir recordando este triste aniversario para que las nuevas generaciones sean conscientes del peligro que todavía hoy sigue suponiendo el armamento nuclear para la supervivencia del planeta.

Central de Fukushima tras el accidente

Alrededor de 150.000 personas murieron en Hiroshima y 100.000 en Nagasaki por los efectos inmediatos y a medio plazo de las explosiones nucleares. El impacto de las bombas generó enormes temperaturas. Algunos edificios simplemente se derritieron. Muchas personas se volatilizaron, dejando sus sombras pegadas sobre calles y muros. Otras murieron por el calor extremo calor o a consecuencia de alteraciones de salud como el síndrome agudo de radiación, diarreas, hematomas, disminución de glóbulos blancos en la sangre... Los supervivientes siguieron sufriendo graves afecciones de salud como leucemia y diversos tipos de tumores, anemia, y trastornos psíquicos.

Los ocho estados nucleares (EE UU, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán e Israel) poseen más de 7.500 armas de este tipo operativas y un total superior a 22.000 cabezas nucleares. Una amenza inaceptable para la humanidad. Hace casi tres décadas que finalizó la Guerra Fría y sin embargo los arsenales nucleares mundiales siguen siendo enormemente elevados: de las 20.000 cabezas nucleares, existentes, unas 4.800 son consideradas operativas. Y de las cuales, 2.000 en Rusia y EE.UU, están en máxima alerta. A los cinco países nucleares reconocidos por el Tratado de no Proliferación, EE.UU., Rusia, China, Francia y el Reino Unido, se han unido otros como Israel, India, Pakistán, Corea del Norte y quien sabe si Irán en un futuro.

No hay potencias nucleares buenas o malas y, a menos que haya una renuncia clara al armamento nuclear por parte de todas ellas, nadie podrá evitar que nuevos países o grupos quieran tenerlas. La destructiva dinámica de la que estamos siendo testigos trata de centrar toda la atención en los problemas de la proliferación y en el riesgo que suponen las armas nucleares en determinadas manos, desviando así la cuestión del incumplimiento flagrante del compromiso de lograr un desarme nuclear general y global.

Para muchos supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, quizás este año sea una de las últimas oportunidades de ver que se avanza de forma seria hacia el desarme nuclear. Las potencias nucleares prometieron desarmarse y no lo han cumplido.

Greenpeace ha trabajado desde sus orígenes contra la realización de ensayos nucleares y a favor de la desaparición del armamento nuclear y de las tecnologías y materiales que se usan para fabricarlas. Y aun queda mucho camino por recorrer. Por eso, todos los 6 y 9 de agosto de cada año deben servir para recordar los terribles efectos que produce el armamento nuclear y para animar a los responsables políticos a avanzar hacia el desarme y la no proliferación nuclear.

Los peligros del armamento nuclear no son cosa del pasado sino un problema muy actual que la comunidad internacional debe afrontar. Esto debería estar aún más claro cuando el terrible accidente de la central de Fukushima en Japón puso de manifiesto los peligros intrínsecos de la tecnología nuclear, ya tenga fines civiles o militares. En 2011 el alcalde de Nagasaki reclamó, en su declaración anual por la paz del 9 de agosto, el fin de la energía nuclear y la apuesta por fuentes de energía renovables y seguras. Era la primera vez que esto ocurría ya que tradicionalmente en la declaración pedía únicamente la abolición de las armas nucleares.

Víctimas del desastre nuclear de Fukushima protestando ante la sede de TEPCO

Hoy miércoles 6 y el próximo sábado 9 honraremos la memoria de las victimas de Hiroshima y Nagasaki y reafirmaremos nuestro compromiso de seguir luchando para poner fin a la energía nuclear ya sea para uso militar o civil.

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