Tras dos décadas de explotación comercial la ciudadanía europea sigue sin tragar los alimentos transgénicos. Sin embargo es posible que los productores hayan encontrado una forma de eludir la oposición pública y la normativa sobre transgénicos. Puede que en breve nuevas variedades de plantas y animales modificados genéticamente acaben en nuestros platos sin haber sido testados o etiquetados y sin que nadie lo sepa.



Las multinacionales agroquímicas creen que las leyes de la UE sobre transgénicos son demasiado gravosas; por ello algunas de las empresas e investigadores que han contratado buscan cómo burlar la ley para tener acceso al mercado de la UE.

Estas empresas han realizado grandes inversiones en nuevas técnicas para modificar artificialmente el genoma de los cultivos y animales de granja, así como en nuevas formas para criar o cultivarlos a partir de transgénicos. Según ellos la normativa de la UE sobre transgénicos no contempla estos productos y técnicas que de manera engañosa se han venido a denominar nuevas técnicas de cultivo o cría. La Comisión Europea ha sido rápida en adoptar la terminología de la industria.

En concreto los productores de los nuevos transgénicos tienen puestas grandes esperanzas en las llamadas técnicas de edición de genes. Supuestamente la edición de genes ocasiona unas mutaciones que según los productores pueden ocurrir de forma natural. Se diferencia de las aplicaciones comerciales de los transgénicos en que los genes de una especie no se introducen en otra, sin embargo no tiene nada de “natural”. Algunas de las aplicaciones de la edición de genes son la colza resistente a los herbicidas y los cerdos súper musculados.

La edición de genes emplea material externo al organismo objetivo para modificar el código de su gen. Al igual que las antiguas técnicas de modificación genética conlleva numerosos riesgos e incertidumbres. A día de hoy no se conoce en profundidad este “proceso de ingeniería” que puede provocar efectos inesperados e impredecibles en el medio ambiente así como en la salud humana y de los animales.

Los transgénicos según la ley
Aunque las leyes europeas permiten que los cultivos modificados genéticamente a la vieja usanza se importen y cultiven en la UE sí requieren una evaluación detallada -aunque imperfecta- de los riesgos sanitarios y medioambientales que conllevan, así como su etiquetado para que la ciudadanía pueda decidir si consumirlos o no. Desde 2015, los Gobiernos nacionales de la UE pueden igualmente prohibir los cultivos transgénicos en su país. Diecinueve Gobiernos han prohibido la producción de cultivos transgénicos en la totalidad o parte de su territorio.

Los fabricantes de los nuevos transgénicos quieren que la Comisión interprete la ley según ellos la entienden para evitar la opinión pública y la legislación actual sobre transgénicos. Así podrían realizar directamente experimentos y comercializar los cultivos y animales que han sufrido la edición de genes sin tener que evaluar los riesgos ni etiquetarlos tal como exige la ley.

Sin embargo la ley europea sobre transgénicos es muy clara. La ley se aplica a todos los organismos resultantes de un proceso donde se altere el material genético “de una manera que no se produce naturalmente en el apareamiento ni en la recombinación natural”. Es cierto que algunos métodos de modificación de genoma están exentos de la ley bajo ciertas circunstancias debido a su “largo historial de seguridad”, un historial que ninguna de las nuevas técnicas puede afirmar tener. Estas exenciones se autorizan en situaciones específicas en línea con el principio de precaución que tiene un papel tan predominante en las leyes de la UE.

La Comisión ha anunciado retrasos en la evaluación legal sobre los nuevos transgénicos, aunque ya ha insinuado que la decisión final dependerá del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

Si la Comisión decide ponerse del lado de las compañías biotecnológicas y acuerda no aplicar la normativa de la UE sobre transgénicos a estos nuevos y peligrosos transgénicos, significará que se desconocerán los efectos que un número cada vez mayor de productos modificados genéticamente puedan tener en nuestra comida, salud y medio ambiente. Tampoco estarán etiquetados por lo que los consumidores, agricultores y criadores europeos no tendrán manera de evitarlos.

La Comisión debe proteger tanto a la ciudadanía como al medio ambiente y aplicar rigurosamente la ley europea. Igualmente debe rechazar cualquier intento de sortear la normativa y la oposición pública a los transgénicos. ¡Firma para que así sea!

Franziska Achterberg – Directora de Política Alimentaria de la UE en Greenpeace