Esta carta la escribió y leyó el pasado fin de semana, Maite Mompó, dentro de la celda que está recorriendo la geografía española para ponerte en la piel de los 30 activistas de Greenpeace detenidos. Maite ha sido marinera en barcos de Greenpeace durante 20 años, en socia, voluntaria y activista y ha tenido la suerte de conocer a casi todos los miembros de Greenpeace que ahora están encerrados en una cárcel rusa. Os dejamos con sus emocionadas palabras...



Un barco: llamado Arctic Sunrise en inglés (Amanecer del Ártico, traducido su nombre al español).
Una causa: la protección del Ártico ante dos grandes amenazas que se ciernen sobre él: el cambio climático y la carrera por su explotación petrolífera.
Dos medios: el acto de presencia para atestiguar una perforación ya comenzada y un acto de protesta no violenta para denunciar los riesgos que ésta implica.
Treinta seres humanos: hombres y mujeres de 18 nacionalidades, los cinco continentes representados en ellos.
Un asalto...

    El encarcelamiento de los 30 tripulantes del barco de Greenpeace es un indicador de lo serias que se están poniendo las cosas para todo aquel que ose enfrentarse al poder económico reinante, el oro negro que mueve el mundo. El uso de una pancarta para pedir que se salve de la destrucción una zona vital y extremadamente frágil del planeta parece haberse convertido en algo imperdonable: primero un acto de piratería, un acto de vandalismo después. Resultaría cómico si no fuera por las terribles consecuencias que estas acusaciones traen consigo.

    En estos momentos, todos vosotros estáis cumpliendo dos meses de prisión preventiva de los cuales ya habéis pasado 44 días entre rejas. Desde que fuisteis apresados, no ha pasado ni un solo día en que no me ponga en vuestra piel, me imagine en un pequeño espacio en que se echan encima cuatro paredes, viendo un pedacito de cielo a través de una pequeña ventana. Sola y con frío. Pienso en las familias de todos vosotros. Me vienen flashes de los momentos que he pasado con unos cuantos, compañeros en ese u otros barcos de la organización.

Los recuerdos me arrancan siempre una sonrisa pero al instante los ojos se me empañan. ¡Es tan injusto que estéis viviendo ese horror! Pero intento agarrarme a lo positivo, porque no quiero que os lleguen pensamientos tristes ¡bastante tenéis ya encima! Así que, me voy a las cosas buenas, estas que quiero compartir con todos encontrándome ahora entre barrotes:

De Collin, radio operador, me quedo con los gestos de su cara al ver cómo me costaba entender su inglés australiano ¡Qué persona tan entrañable! Navegamos juntos en el Esperanza, en el Atlántico norte.

De Ana Paula, marinera como yo, los encuentros de refilón, ella tripulante en un barco y yo en otro, en esos raros momentos en que dos tripulaciones nos encontramos por unos días en un mismo lugar: “¡A ver si conseguimos navegar juntas alguna vez!”, nos decimos siempre. Espero que algún día sea así.

De Po-Paul (Alexandre Paul), marinero voluntario cuando nos conocimos, me viene esa felicidad mientras describía al resto de la tripulación cómo habían hecho una pequeña trastada a los compañeros del Esperanza, de camino a encontrarnos con la flota japonesa en las aguas de la Antártida. Ambos estábamos a bordo del Arctic Sunrise, el barco también arrestado.

De Anthony, voluntario, los días que pasó con nosotros al llegar el Rainbow Warrior a Copenhague para la prometedora cumbre de cambio climático que acabó siendo un fiasco. En esa época, él era concejal de medio ambiente en su ayuntamiento y recuerdo su siempre agradable conversación, llena de positivismo.

De Dima, responsable de campañas y de unas cuantas cosas más, guardo muchos recuerdos, sobre todo divertidos porque él tiene un gran sentido del humor, casi como un niño, y le encanta contar historias. Me río sola recordando cómo el vendaje que cubría su mano crecía día a día hasta parecer un guante de boxeo: la enfermera que llevábamos a bordo del Esperanza no era muy buena poniendo vendas y Dima se había quemado la mano durante el abordaje a un arrastrero de profundidad en el Atlántico norte. Pobre Dima. A él también le detuvieron en la Cumbre de Copenhague. La policía entró en el Arctic Sunrise y se lo llevó. Acabó pasando varios días en prisión preventiva hasta que terminó la Cumbre. Pienso así mismo en su hijo Lev, que estaba también en Copenhage como voluntario, siguiendo los pasos de su padre, de su abuelo, de su bisabuelo, todos ellos luchadores por lograr un mundo mejor y más justo. Lev también lleva esta lucha en la sangre.

De Haussy, David Haussmann, electricista, me viene siempre el recuerdo de verle practicar el violín en Beirut, a la puesta de sol, en la popa del Rainbow Warrior, para no molestar. Pienso mucho en su pareja, Sarah, mi contramaestre en varios viajes y ahora madre de un niño de tres años y de nuevo embarazada. Si la prisión es dura para el que la vive, no lo es menos para los seres queridos que se encuentran fuera.

A Mannes, jefe de máquinas, siempre le veo trepando, con una agilidad increíble, de la cubierta de popa a la del helicóptero del Esperanza por fuera del barco. Mannes es un holandés de pocas palabras con un fino sentido del humor.

La primera noche que estábamos en Copenhague, el voluntario Marco apareció en el puente del Rainbow Warrior acompañado de un colega. Me pidieron dormir en la proa del barco, a la intemperie. ¿Estáis locos?, les dije. Estábamos a 6 grados bajo cero y la cubierta era un bloque de hielo y nieve. “Somos Suizos”, respondieron. Allá dormirían unas cuantas noches. Por las mañanas, Marco aparecería con la barba llena de escarcha helada y una sonrisa de oreja a oreja. Marco acabó quedándose a bordo y pasando con nosotros toda la Navidad, hasta que liberaron a Juantxo y los otros 3 detenidos por colarse en la cena de la reina de Dinamarca. Aquella detención duró 21 días.

Con Paul Ruzycki, primer oficial, he coincidido en cambios de tripulación, apenas unos pocos días de convivencia a bordo. Creo que su mejor definición es que ese trata de un hombre tranquilo.

El capitán Pete Willcox y yo nunca hemos navegado juntos ni siquiera coincidido pero sí que hemos tenido mucha relación por correo electrónico. Pete siempre me ha respondido de inmediato cuando le he pedido ayuda para recabar información sobre el segundo Rainbow Warrior. Es un luchador nato, de los que jamás se ha rendido, de los hombre imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht. Comprometido hasta la médula, lo será hasta que dé su último suspiro.

Y, por último, Phil, mi querido Phil, padre de tres niños pequeños, voluntario y excelente cámara de vídeo, un ser optimista que disfruta de la vida y está siempre de buen humor. Le veo detrás de una máquina de coser, con su eterna sonrisa, haciendo una de las pancartas que utilizaríamos en Israel, en campaña pidiendo el abandono del carbón.

    A las otras 19 personas detenidas no las conozco personalmente pero eso no quita que también me ponga en su piel. Y también les mando ánimo desde aquí. Yo podría ser una de ellos. Tú, podrías ser cualquiera de ellos. Me pregunto qué haría si estuviera en su misma situación, si tuviera ante mí la terrible incertidumbre de qué será de mi vida. ¡Qué pesada carga sobre los hombros debe ser el pensar en la posibilidad de pasar semanas, meses, ¿años? en una prisión rusa! Qué gran injusticia, qué gran absurdo.

    Vivimos el mundo al revés. Treinta ecologistas han sido acusados de ser piratas cuando no hay mayor acto de piratería que el saqueo de los recursos naturales que está teniendo lugar a nivel mundial. Los verdaderos piratas, que llevan traje y corbata y ocupan grandes despachos, están robando nada menos que el futuro a nuestros hijos. Treinta pacifistas han sido acusados de ser vándalos, por estar a bordo de un barco denunciando una actividad que conlleva un elevadísimo coste medioambiental y por querer poner una pancarta de protesta. ¿Qué palabra serviría para definir a alguien que no le preocupa la posible destrucción de un hábitat prístino que pertenece a toda la Humanidad?

    Parece claro que vuestra detención y encarcelamiento quieren servir de castigo modelo: que nadie más se atreva a abrir la boca cuestionando a los grandes poderes económicos. Nos quieren meter miedo.  Hemos debido dar en la diana cuando se ha obtenido esta reacción tan desproporcionada e imprevisible por parte de un Estado. No se trata sólo de un aviso para Greenpeace: es un ataque frontal al derecho a la libertad de expresión y al derecho a la protesta pacífica, derechos fundamentales que todos nosotros poseemos. Derechos que son irrenunciables e incuestionables, derechos que se encuentran entre rejas con todos y cada uno de vosotros.

     Creo que el poder económico demuestra ser muy inculto. En realidad, no tiene ni idea de historia. Cualquiera sabe que a la protesta pacífica no se la para con la cárcel. Si encarcelas a uno por reclamar algo que es justo, te saldrán cientos de pacifistas más dispuestos a reclamar lo mismo. Y somos miles.

    Y yo desde aquí, os dedico mis pensamientos, trato de arroparos con ellos para daros ánimos, mando un fuerte abrazo para que os entre bien el calor y me imagino el día de vuestra liberación, tan deseada, y os veo a todos brindando con champán, dulce despertar de una terrible pesadilla.