Decía hace poco el ex-presidente Felipe González que estamos "al borde de un abismo que puede ser irreversible". Y tenía toda la razón, aunque sorprende que se estaba refiriendo a la actual crisis económica y no a la gravísima crisis del cambio climático. Pues si la crisis económica está suscitando reacciones rápidas sin precedentes, acertadas o no, lo llamativo es que ante el cambio climático los gobiernos permanezcan impasibles, como si no hubiese suficientes señales ni informes científicos que ratifican que no podemos continuar así.

Una de las claves del modelo Energía 3.0 son los mecanismos de respuesta rápida. Dada la urgencia de actuar para evitar los peores impactos del cambio climático, resulta evidente que los cambios progresivos (poco a poco) no nos van a permitir reducir a tiempo las emisiones. Por eso el estudio introduce el concepto de cambios en escalón, es decir, saltos que permiten avanzar más rápido, rompiendo la tendencia.

La vida real está llena de ejemplos de este tipo de cambios, tanto en energía (un hecho puntual como el accidente nuclear múltiple de Fukushima ha disparado una ola de planes de abandono de la energía nuclear en varios países) como en otros ámbitos (parecía imposible que no se fumase en lugares públicos, pero la entrada en vigor de la ley hizo cambiar la situación de inmediato). Una medida como obligar a los fabricantes de coches a limitar sus emisiones ha logrado alcanzar sus objetivos antes incluso de la fecha marcada; está claro que si esos límites se bajasen a corto plazo a los que ya  pueden cumplir los modelos más eficientes (80 gramos de CO2 por kilómetro) cambiaría rápidamente el tipo de vehículos que vemos circular por nuestras carreteras.

La incorporación de inteligencia constituye el ingrediente fundamental para activar estos mecanismos de respuesta rápida que nos aparten de la trayectoria actual. La tecnología está apenas empezando a introducir inteligencia en el sector energético a través de redes eléctricas, edificios o sistemas de transporte inteligentes.

Un ejemplo de incorporación de inteligencia en el sistema energético es la participación activa de la demanda, es decir, de los usuarios de la energía, en la operación y gestión del sistema energético, lo que proporciona una gran flexibilidad al sistema y lo hace más eficiente. Un cambio de paradigma sobre el papel de los consumidores, que aún permanece sin explotar, pero que Energía 3.0 evalúa en todo su potencial.

Si la planificación energética se hiciese con inteligencia, no nos engañarían con previsiones de estabilidad del precio del petróleo, constantemente desmentidas por la realidad. Si se planificase previendo qué medidas pueden lograr cambios en escalón, alcanzaríamos el sistema Energía 3.0 antes incluso de lo que ha calculado el estudio de Greenpeace.

Pero eso exige que la inteligencia no se limite al ámbito tecnológico, la introducción de inteligencia es necesaria en todos los ámbitos: político, administrativo, social y económico. En una economía inteligente, los modelos de negocio asocian los beneficios económicos a la eficiencia y al ahorro energético y no al despilfarro. Ahí está la clave.

Jose L. García Ortega (@jlgarciaortega), responsable de Energía limpia de Greenpeace

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