“La sequía se agrava”, “España sufre la peor sequía de los últimos 20 años”, “La sequía golpea con dureza”..., estos son algunos de los titulares de las últimas semanas en los medios. Noticias que nos recuerdan que podemos haber entrado en un periodo de escasez de precipitaciones (sequía meteorológica), pero que no por ello debería significar que no tenemos agua (sequía hidrológica e hidrogeológica).
La sequía es un fenómeno habitual en la Península Ibérica, debido a su situación geográfica. Ésta ha sufrido sequías meteorológicas durante miles de años y las seguirá sufriendo. Pero algo está cambiando en este proceso. Debido al cambio climático previsiblemente los periodos secos serán cada vez más intensos y duraderos. A ello, hay que sumar el aumento en los usos y consumo de agua, lo que nos pone ante un escenario de escasez real de agua o sequía hidrológica.
En este contexto el Ministerio de Medio Ambiente, responsable de cuantificar las reservas de agua, nos informa que los embalses están al 43% de su capacidad, lo que hace saltar todas las alarmas. Pero ésta es una situación ficticia, pues no todo el agua está en superficie. Los acuíferos almacenan entre 5 y 6 veces más agua que todos los embalses juntos, pero de esto nada se dice.
El pasado mes de agosto, Greenpeace ya demostró que una cuenca como el Segura, que lleva dos años en sequía, puede ser autosuficiente con sus propios recursos, usando sus aguas subterráneas, desaladas y regeneradas. Pero lógicamente haciendo un uso sostenible y responsable de los mismos. Premisa extrapolable al restos de territorios del Estado, evidentemente en zonas interiores el agua desalada no sería un recurso utilizable.
En este contexto, la ministra de Medio Ambiente anunció en el Consejo Nacional del Agua conversaciones para lograr un nuevo Pacto Nacional del Agua. Sin embargo, este nuevo Pacto no parece que vaya a cambiar la mala gestión que se está haciendo de las aguas en nuestro país. Y de nuevo, bajo una supuesta premisa de solidaridad y reparto territorial del agua, parece que será una apuesta clara por nuevos embalses y retomar la política de trasvases como el del Ebro y de paso promover nuevos desde el Tajo, el Duero o el Guadiana. Esto nos sitúa, otra vez, ante una política hídrica propia del pasado siglo, alejándose de las prioridades europeas y de la realidad del cambio climático.