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Distintas variedades de maíces, una estampa llena de colorido y matices diversos.

Hoy toca una fotodenuncia de las buenas. En la foto vemos una cesta de distintas variedades de maíces, una estampa llena de colorido y matices diversos. Y así tiene que ser.  Nos están acostumbrando al monocultivo, al todo igual, y vemos una cesta así y no nos podemos creer que haya tanta variedad: maíces amarillos, rojos, casi negros, etc.

El gran reto con el que nos toca lidiar es el cambio climático, y algunos de los impactos más importantes en las próximas décadas tendrán lugar en zonas agrícolas y en la producción de alimentos.

Dependiendo del tipo de gestión, la agricultura es víctima y verdugo de nuestro clima.

Víctima porque debido a la crisis climática, por ejemplo para 2080 se estima que 40 de los países más pobres situados predominantemente en África tropical y Latino América, podrían perder del 10 al 20%  de su capacidad de producción de cereal por la sequías, poniendo en riesgo la capacidad de los pueblos para alimentarse.

Verdugo porque la agricultura industrial basada en el uso de fertilizantes la convierte en una de las principales causas de emisión de gases de efecto invernadero.  De todos los productos quí­micos, los fertilizantes son los que más contribuyen: el equivalente a 2.100 millones de toneladas de CO2 cada año. Uno de los más potentes es el óxido nitroso (N2O), con un potencial de producción de calentamiento global unas 296 veces mayor que el CO2

Y con el incremento de temperaturas, climas extremos, menos  precipitaciones, tormentas impredecibles, enfermedades y plagas más agresivas, la producción de alimentos se resiente, y entonces salen falsas soluciones como los transgénicos. Una tecnología antinatura que supone un grave riesgo para la biodiversidad y tiene efectos irreversibles e imprevisibles sobre los ecosistemas y la salud.

Las distintas variedades son las que tienen la posibilidad de hacer frente al cambio climático, a mayor número de especies y variedades, mayor probabilidad de que la agricultura se adapte a condiciones de cambio. No es cierto que haya cultivos transgénicos adaptados a la sequía o que produzcan más.

Los cultivos cuyas nuevas propiedades dicen que van a solucionar graves problemas sociales o ambientales, no son sino parte de la estrategia de propaganda de la industria agrobiotecnológica. La realidad es que los transgénicos que se comercializan no están pensados para reducir el uso de pesticidas ni para solucionar el hambre ni para crear plantas tolerantes a la salinidad o resistentes a la sequía. Son semillas diseñadas para asegurar las ventas de determinados agroquímicos, para aumentar el control de las corporaciones sobre la agricultura, para concentrar cada vez más el poder y la producción de alimentos en manos de un puñado de empresas.

Las soluciones son el cultivo de variedades locales, la biodiversidad agraria, las rotaciones, las prácticas agrarias sostenibles que fijan carbono en el suelo y la reducción del uso de fertilizantes. De esta manera se puede cambiar la agricultura para que sea no solamente un emisor de gases de efecto invernadero mucho menor, sino también para que se convierta en un sumidero de carbono que nos ayude a revertir la destructiva contribución al cambio climático.

Mónica Parrilla campaña de Transgénicos