El sábado pasado comenzó la Semana Europea de la Movilidad (SEM), una convocatoria promovida desde la UE hace ya 18 años, y en la que el protagonismo recae en los municipios que se adhieren a la misma. Su objetivo es el de sensibilizar a la población de las ventajas y beneficios sociales y ambientales que conlleva vivir en ciudades con menos coches, así como promover las virtudes de desplazarse a pie, en bicicleta y transporte público.



El simbólico Día sin Coches pone término a la semana. Así que una año más hablaremos de cómo nos movemos por nuestras ciudades y de las implicaciones que tienen para nosotros, nuestras personas cercanas y el resto de habitantes de nuestra ciudad. Como por ejemplo las más de 30.000 personas que cada año fallecen prematuramente a causa de la contaminación atmosférica; las alrededor de 450 y 4.500 que cada año y respectivamente pierden su vida y son hospitalizadas como consecuencia de un accidente de tráfico en ciudad, o que casi un tercio de los españoles sufra molestias y afecciones por ruidos generados en el exterior de sus viviendas, siendo el tráfico rodado la principal fuente de contaminación acústica en las ciudades.

Pero lo malo no es que no se hable, sino que no se actúe. Y esto ha sido lo que mayormente ha ocurrido en los municipios españoles en estos casi 20 años de SEM. Es decir, que se pronuncian grandilocuentes discursos sobre la movilidad sostenible y se anuncian medidas que a lo largo del año caen en saco roto, los primeros, y cuya posibilidad de implementación real, en las segundas, suele ser inversamente proporcional al grado de ambición que persiguen.

Pero que la movilidad sostenible no sea un asunto de especial relevancia durante todo el año para nuestros consistorios municipales y su acción de gobierno no es solo la causa de que no se pongan en marcha medidas ambiciosas y realmente transformadoras de nuestras ciudades. Sino también una consecuencia de una cultura motorizada muy enraizada en nuestra sociedad, de la que nosotros también formamos parte.

Lo bueno, es que ya se ven signos de este cambio de cultura y paradigma. Y así por ejemplo hubiera sido impensable imaginarse hace 15 años la cantidad de bicicletas que circulan hoy en día por nuestras ciudades. Un cambio que vino en primer lugar impulsado por todas esas personas que se lanzaron con sus bicis a las calles, pero que en muy poco tiempo consiguieron hacer la suficiente masa crítica para impulsar políticas de apoyo a la bicicleta que atrajeron a muchos más ciclistas y catalizaron lo que ya era una pulsión vital en nuestras ciudades.

Sin embargo queda aún mucho camino por recorrer y todavía los coches dominan e imponen masivamente su presencia en nuestras calles. Y aunque los retos de cómo conseguir estos cambios en ciudades que durante décadas han sido diseñadas para priorizar el uso del automóvil, y en particular de las más grandes, son enormes y algunos no tienen a día de hoy respuesta, no hay excusa para no avanzar en esa dirección; y más cuando sabemos que tenemos que reducir drásticamente y lo antes posible nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, y la movilidad urbana y metropolitana representa en torno a un 10% de todas las emisiones.

Desde Greenpeace ya demostramos que con un poco de planificación y voluntad política podríamos llegar a 2030 reduciendo un tercio de los desplazamientos en automóvil que actualmente se realizan en automóvil.

Así que mientras logramos atraer a nuestros ayuntamientos, son muchas las esferas de nuestra vida en las que un pequeño cambio de mentalidad puede suponer una importante contribución a la masa crítica necesaria para impulsar y promover estos cambios. Consumiendo, por ejemplo, en lugares de proximidad a nuestra vivienda y pequeños comercios en lugar de grandes centros comerciales (en los que se impone el uso del automóvil), evitando lugares de ocio que solo son accesibles por automóvil y priorizando aquellos que podemos llegar con transporte público; animándonos, poco a poco a coger la bicicleta en recorridos próximos a nuestra vivienda e ir ampliando nuestro radio de acción, buscando fórmulas para compartir coche en desplazamientos o incluso en propiedad, participando de caminos escolares para que nuestros niños vayan caminando o en bicicleta a los centros educativos, eligiendo nuestra vivienda considerando también las necesidades de motorización que nos impondrá...etc.

Son solo algunas de las medidas que podemos incorporar en nuestra vida diaria para ser partícipes de la masa crítica imprescindible para impulsar este cambio ¿Te apuntas?