El próximo viernes 6 de mayo se estrena la película “El Olivo”, de Icíar Bollaín. No vamos a hacer un spoiler ahora, pero merece la pena reflexionar sobre el contenido y el mensaje de esta película.



Sin haber visto todavía la película de Bollaín, el guión me trae a la memoria otra bella historia, también real, comentada en diversas ocasiones por el escritor portugués José Saramago. El abuelo del premio Nobel fue un hombre analfabeto que vivió toda su vida siendo pastor. En el momento que intuía su muerte, cuando iba a ser llevado en coche al hospital, se dirigió a su huerto a abrazar a los árboles uno a uno, llorando, porque sabía que no volvería a verlos.

Quien ha vivido en contacto y de manera estrecha con su entorno no puede poner un valor económico a las cosas con las que se siente emocionalmente vinculado. Una casa, un árbol, un paisaje….En este caso, los árboles que acompañan nuestra historia personal, la emocional, son mucho más que máquinas de producir oxígeno y almacenar carbono. No, los árboles que nos conectan con la experiencia de la supervivencia, con los símbolos de nuestra vida, con la cultura, con la historia,...no merecen ser tratados como mercancía.

 

Y esta venta de nuestro patrimonio natural, cultural y emocional es lo que denuncia Iciar Bollaín en su película. Y el problema continúa todavía con los cientos de olivos centenarios del sur de Europa, algunos con más de mil años de edad, que son cada año arrancados de cuajo y vendidos como adornos para jardines, urbanizaciones, rotondas y campos de golf. Con destino el mercado nacional e internacional.  Así lo explica César Javier Palacios, quien desde la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente está liderando un proyecto para salvar los árboles singulares, entre ellos los olivos centenarios.

Cuenta César Javier que el negocio va en aumento a pesar de que cada vez quedan menos de estos árboles monumentales en los países del Mediterráneo. Se llegan a pagar fortunas. Pero este dinero no va a parar a los propietarios, en el camino hay especuladores que se enriquecen con este comercio del patrimonio natural y cultural.

El tema no nos es ajeno. Nosotros mismos hemos sido testigos de este comercio, de esta moda. En el año 2003, cuando el barco Rainbow Warrior estuvo “arrestado” durante 21 días en el puerto de Valencia por denunciar la importación de madera procedente de talas ilegales en África, veíamos a diario desde nuestro destierro en el puerto a los camiones cargados de grandes olivos haciendo cola para embarcar rumbo a la Isla de Mallorca.



El periodista y escritor (y amigo) José Luis Gallego escribe que estos árboles centenearios son uno de los tesoros más preciados de nuestro patrimonio natural y cultural, entre otras cosas porque son testigos vivos de nuestra historia. Centenares de años, siglos, de savia acumulada,....raíces sumergidas hasta el tuétano de la tierra, profundidad histórica,  impronta en el paisaje, en la retina de generaciones,. ..árboles que nos hacen sentir pequeños y nos devuelven a nuestra efímera condición de humanos.

Icíar Bollaín quiere con su película concienciar sobre este problema. Y desde la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente están queriendo detener este expolio a través de una solicitud al Parlamento Europeo para que apruebe una declaración donde invite a todos los países a proteger los árboles viejos y prohíba tanto el arranque como su comercio.

Y desde Greenpeace sólo podemos recomendar esta película y apoyar con nuestra firma. Yo ya he firmado ¿Y tú?