Copenhague era conocida por su sirenita. A partir de ahora será conocida por las sirenas de la policía que resuenan por toda la ciudad. Cada día que pasa en la cumbre del clima es más evidente que la sociedad civil molesta aquí. Quieren un acuerdo de líderes, que les sirva para salir airosos del trámite, pero a estas alturas es dudoso que eso sirva para algo.

Continúan las expulsiones. Si los pases para la sociedad civil se redujeron ayer a un tercio de los iniciales, hoy no se ha permitido la entrada en el Bella Center a las organizaciones Avaaz y Friends of the Earth. La razón esgrimida es tan patética como que al parecer alguno de sus miembros participó en alguna protesta ilegal en contra de....la Unión Europea!

La incapacidad de los negociadores de los gobiernos para ponerse de acuerdo en un texto consensuado a lo largo de los dos años transcurridos desde la cumbre de Bali, hace que finalmente prácticamente todo vaya a ser decidido en la reunión de Jefes de Estado, que ya han comenzado a llegar a la ciudad.

Las posiciones no han variado sustancialmente respecto a los días anteriores. Los dos escollos principales siguen siendo la financiación, y el recorte de emisiones. Respecto a la primera incluso se está dando a entender que no se va a incluir en el texto. En ese caso ni siquiera habría un acuerdo ya que los países en desarrollo ya han anunciado que no lo firmarían. Respecto a las emisiones los grandes paises industrializados siguen sin moverse: Estados Unidos no se ha movido un milímetro de sus posiciones iniciales, y la Unión Europea continúa sin dar pasos adelante.

Si a todo ello se suma la desastrosa organización de la cumbre, se puede entender que el desánimo cunde entre las organizaciones sociales presentes en la ciudad. Alguien decía que en vez de decidirse el futuro de la tierra parece que estuviéramos en una negociación sobre cualquier asunto menor.

Termino recordando que los jefes de estado acudieron corriendo a poner millones de euros para resolver la crisis financiera, pero son incapaces de hacer lo mismo para salvarnos del cambio climático. Ya lo hemos dicho: no hay Planeta B.

Juan López de Uralde, director de Greenpeace España