Ayer fue, definitivamente, uno de los días para recordar en la cumbre climática de Doha...

Nos levantamos con una sorpresa agradable. España se había dado cuenta de la importancia de alcanzar una posición europea conjunta sobre la regulación de los derechos de emisión sobrantes del primer periodo de compromiso del Protocolo de Kioto y estaba dispuesta a ejercer de mediador en la negociación europea.

El conflicto seguía en las mismas: la mayoría de países europeos apostaban por la total cancelación de estos derechos antes de la entrada en vigor del acuerdo global que se firmará en 2015 (para evitar dejar la puerta abierta a que jueguen un papel decisivo en el nuevo régimen climático mundial) y Polonia, gran depositaria de estos derechos sobrantes por mantenerlos.

Las discusiones al respecto se prolongaron durante todo el día en las salas de reuniones del pabellón europeo en la cumbre y terminaron, entrada ya la noche en Doha, con un acuerdo de mínimos que no contempla la cancelación.

Los ministros europeos se felicitaban, se aplaudían mutuamente, y yo, que esperaba en la puerta a que salieran, no podía dejar de asombrarme, dados los riesgos que significaba este acuerdo tan débil para el clima, pero también en relación con la influencia que la UE podría tener en los años venideros en esta negociación.

Veremos cómo se las arregla la UE hoy para explicar a los países más vulnerables o al grupo de los 77+China que 26 países han sucumbido a los intereses de uno, poniendo en juego la “integridad ambiental” del futuro régimen climático internacional. Estos países siguen pidiendo esta mañana la total cancelación de estos derechos de emisión al final del segundo periodo de compromiso del Protocolo de Kioto, para evitar que países ricos como Estados Unidos -que ya se está frotando las manos- puedan comprarlos a bajo precio y no tener que hacer el más mínimo esfuerzo para cumplir lo que se decida en el marco del nuevo acuerdo global.

Una negociación, la que les enfrentará a los intereses de países como EE.UU. en un futuro muy próximo, que puede ser muy dura y para la que la UE, que sigue quemando puentes, puede no tener en quién confiar. Para mayor desgracia de los negociadores europeos, la batalla final tiene muchos números de ser en suelo europeo, ya que Francia anunció ayer su intención de acoger la COP21, en 2015, la cumbre en la que debe firmarse el acuerdo global.

Mientras el culebrón europeo se desarrollaba en una parte del edificio, en la otra se celebraba un plenario en el que el delegado de Filipinas ponía sobre la mesa, de nuevo, la urgencia de actuar. Se refirió al tifón que está azotando su país como consecuencia del cambio climático y, con la voz rota por la emoción, en nombre de los ciudadanos del mundo que están sufriendo las consecuencias de esta crisis climática, urgió a los gobiernos a acelerar el paso y salió entre aplausos.

Este es uno de los países que van a exigir hoy a la UE que adecue su posición a lo que la ciencia exige: reducciones efectivas de emisiones que nos permitan quedar por debajo de un aumento de 2ºC en la temperatura global. Veremos si el viejo "líder climático" prefiere arremangarse en Doha para que así sea y mantener el apoyo de casi 100 países o enfrentarse a EE.UU. y China, mucho más debilitado. y arriesgarse a perder en casa la batalla por la ambición climática en el nuevo acuerdo global.

En Doha (Qatar), Aida Vila (@Aidavilar), responsable de la campaña Cambio climático de Greenpeace España.