La lancha rápida “Iris“ de nuestro barco Rainbow Warrior  avanzaba lentamente entre los tres barcos atuneros anclados en el pequeño puerto de Hulhumeedhoo, una de los poblados pesqueros de los atolones de las Maldivas, bajo una lluvia torrencial. Las sillas vacías de una tetería al aire libre, un parque infantil desierto en ese momento y el minarete de una mezquita eran los únicos testigos mudos en ese momento de nuestra entrada en la dársena.

“Salam malekum“ fueron las primeras palabras que escuchamos de unos cuantos hombres que, pese a la lluvia, salieron al muelle para ayudarnos a amarrar. El grupo de campaña Lizzy, Andrea, Aaron y Simon, junto con Chris, el responsable del material  audiovisual, y Paul, fotógrafo, iniciaron su marcha al encuentro del colectivo de pescadores del poblado. Mientras Phil, un marinero experimentado, “greenpeacero“ hasta la médula y yo, médico y aprendiz de marinero de cubierta, esperábamos bajo unas palmeras.

Se comenzó a formar un corrillo a nuestro alrededor. Las preguntas típicas sobre nuestra procedencia y el significado de la palabra “Greenpeace“ rotulada en nuestros chalecos salvavidas, permitió que se iniciara el contacto con un grupo de hombres y niños.

“¿Un te o un café? , no os preocupéis por la lancha, ellos la vigilaran...”  nos dijo uno de ellos. La respuesta fue instintiva, la confianza se respiraba en el aire y el “si“ por nuestra parte permitió que durante las siguientes horas, en un café frente a la dársena de un puerto remoto en las Maldivas,  viejos pescadores, pescadores en activo, jóvenes con mirada de futuro y manos de pasado y presente y el buen samaritano que nos invito a ese café nos contaran de sus artes de pesca hoy tan admiradas por la sustenibilidad que implican,  nos hablaron  de sus atuneros construidos en los propios atolones maldivos, del Océano, la Mar en otras tierras...Nos hablaron del día a día de sus familias, de las generaciones venideras que podrán elegir seguir este oficio porque por estos lares la naturaleza se ha respetado y los pescadores  tendrán opción de ver a sus nietos en la pesca, si ese es su deseo. En esa tarde de sábado, inesperadamente, un marinero canadiense  y un médico español.. aprendimos el amor y respeto por la naturaleza y la tierra, el respeto y la solidaridad del ser humano...

Cuando nos despedimos, prometimos volver, cuando nos despidieron, prometieron acordarse de nuestra promesa. Durante un día bajo aquellas dos palmeras a la que amarramos nuestra lancha rápida, atendimos a cuantas personas, hombres, mujeres y niños, que pese a la gran asistencia médica que reciben de sus facultativos, quisieron compartir con nosotros sus síntomas, dolores y preocupaciones respecto a su salud. Acto médico en estado puro, sin high tech ni low cost, sin clientes ni internos ni externos...factor humano y buena voluntad. Peace andlove...

Cuando dos noches mas tarde a bordo de la corbeta Huravee, buque de la Guardia Costera de Maldivas, que nos iba a acompañar en parte de la marea, por motivos varios, un grupo de marinos nos regalaba un recital de musica y danzas locales. Al son de tambores, uno de ellos llamado “Bodu Beru“, el tambor maldivo por antonomasia, por un momento entendí que yo había escuchado el son de aquel tambor previamente  a traves de mi fonendoscopio en el pecho de hombres, mujeres y niños de Hulhumeedhoo...era el ritmo del corazón de un  pueblo, era el son de “Bodu–Beru“.

Gracias a todos, Choukrila. Que no pare la música en nuestras vidas.

Rafa Villanueva, médico a bordo del Rainbow Warrior III