La oscuridad reina en Murmansk. Un guardia de seguridad ferroviaria bosteza, su aliento es visible en el aire helado y mientras, saluda a uno de los trabajadores que llegan a su turno de la mañana. El guarda apenas le mira.

Si el guarda hubiese prestado más atención, podría haberse dado cuenta de que la cara de ese trabajador no le era familiar, y que el chaleco fluorescente que llevaba no era de los típicos de ferroviarios, sino más bien comprado en una ferretería, y que sus botas estaban nuevas. Si el guarda hubiese mirado su mochila, se podría haber preguntado por qué en vez de herramientas para el trabajo con el hierro, la mochila contenía una cámara de fotos con un teleobjetivo.

Una comprobación de su carnet de identidad habría revelado que se llamaba Dmitri (Dima) Sharomov, y que él no era, ciertamente, un trabajador ferroviario.

Dima estaba trabajando secretamente como fotoperiodista freelance por encargo de Greenpeace. Su misión era sencilla: documentar el traslado de los 30 del Ártico, los 28 activistas y los dos periodistas detenidos en el Ártico ruso, tras una protesta pacífica contra la extracción de petróleo, y que iban a ser trasladados en tren desde un centro penitenciario en Murmansk a otro en San Petersburgo.

Aunque la misión era sencilla, obtener las imágenes no lo era tanto. El vagón de la prisión había llegado a la zona de clasificación, lejos de la estación, y toda la zona había sido acordonada. Para obtener las fotos que vemos ahora, Dima se arriesgó a ser detenido, se escondió detrás de una pila de desechos de carbón durante tres horas, y estuvo a punto de ser descubierto en varias ocasiones debido a lo compleja que era la operación. La semana anterior se había caracterizado por la ausencia de información y la falta de transparencia relacionadas con el traslado de los Arctic 30 a San Petesburgo, y nadie tenía claro si el traslado se iba a realizar en tren o en autobús, ni si realmente iban a ser trasladados finalmente.



La información se fue recopilando en base a las noticias que iban recibiendo las embajadas, percepciones en cambios de rutinas, e investigaciones de los voluntarios de Greenpeace en búsqueda de nuevas pruebas. Un taxista de Murmansk fue una excelente fuente de información acerca de los movimientos oficiales. En el momento en el que el traslado a San Petesburgo comenzó a ser más evidente y a acercarse el momento, el responsable de Fotografía de Greenpeace, John Novis, recuerda buscar en una pequeña base de datos a posibles fotoperiodistas que pudieran estar disponibles en Rusia y dispuestos a arriesgarse a acabar en prisión, tal y como sucedió con los periodistas independientes Denis Sinyakov y Kieron Bryon (dos de los detenidos durante dos meses en Rusia).

Fue entonces cuando se acordó de Dima. Dima y John habían sido miembros de la tripulación del barco de Greenpeace Esperanza, en el Pacífico Sur en 2008. Estuvieron allí para documentar y oponerse a la tala ilegal y a la tala de bosques primarios tropicales para plantar palmeras en Indonesia. Dima invitó a John a compartir su camarote, un gran paso teniendo en cuenta el pequeño espacio que compartía con el médico del barco. Como segundo oficial, Dima disfrutaba de una de las pocas ventajas de ser un oficial - un camarote más grande que tenía que compartir con nadie -el resto de la tripulación comparte siempre camarote-. ¿Su motivo? Estaba obsesionado con la fotografía. Hablaron de cámaras, lentes y técnicas con John durante todo el viaje, le mostró sus avances y progreso, le invitó a la crítica y sugerencias.

Habían continuado manteniendo contacto en los últimos años enviándose imágenes de calidad profesional y de aficionados. Así que cuando John se dio cuenta de que necesitaba un fotógrafo ruso de confianza, experto en trabajar con sigilo, dispuesto a arriesgarse a una detención por Greenpeace, llamó a Dima, que inmediatamente dejó todo y viajó desde su casa en San Petersburgo a Murmansk para unirse a otro fotógrafo con quien dividió la espera de 24 horas para conseguir las imágenes del viaje de los 30 del Ártico.



Cuando recibimos la llamada para avisarnos de que las furgonetas habían salido ya del centro detención, eran las cuatro de la mañana. Dima había improvisado un disfraz ​​de trabajador ferroviario, desde el casco con la linterna a las inconfundibles botas. Había explorado la zona en la que se esperaba que pasara el tren  y comenzó a caminar a lo largo de las vías. Aparte del peligro de ser descubierto por los guardias de seguridad, Dima estaba preocupado por si era descubierto por otros trabajadores en las vías. Pronto se dio cuenta de que ninguno de los trabajadores podían verse las caras cuando se cruzaban en la oscuridad, debido a que les cegaba el brillante resplandor de las lámparas del casco. Tenía que mantenerse en movimiento y no podía encontrar ningún lugar oculto desde el que tomar sus fotos.

El punto que encontró no era ideal. Había guardias abajo y cuando vio las furgonetas llegando y levantó su cámara y su objetivo de 200 mm a la altura de sus ojos, las condiciones de oscuridad hicieron que el enfoque automático tardase una eternidad para enfocar. Cuando por fín lo hizo, estaba mirando directamente a través de su cámara a la cara de los alejados guardias de seguridad. Apretó el disparador de la cámara para tomar varias imágenes, el sonido del obturador cortó traicioneramente el aire de la noche como si estuviera gritando a los guardias para alertarlos. Dima vio a los guardias deslumbrados en la oscuridad, deslizó la cámara dentro su mochila e hizo la mejor interpretación que pudo como si fuera un trabajador que caminaba a propósito por las vías.

El vagón-prisión se acopló a un tren de pasajeros y se preparó para partir hacia San Petersburgo. El tren pasaría por debajo de un puente en la estación donde Dima había planeado una segunda sesión de disparos de fotos. Pero mientras caminaba por el puente,  se quedó consternado al ver unos guardias de seguridad apoyados allí. Sin perder el tiempo, le pidió a uno de los guardias un cigarrillo, a pesar de que él no fuma. El guardia accedió y estuvieron charlando, y los guardias bajaron al andén ya que el tren llegó, dejando a Dima solo para sacar de nuevo su cámara.



Dima dejó sus fotos en la oficina de apoyo de Murmansk para su distribución, y se embarcó en la siguiente parte de los planes del día: subir al tren en la siguiente parada. Nuestro taxista voluntario estaba más que dispuesto a correr tras el tren y Dima se las arregló para subir y sentarse al fondo,  justo al lado del vagón-prisión. A su llegada a San Petersburgo, Dima concibió un plan para quedarse en el tren después de que todos los pasajeros hubieran bajado, con la esperanza de poder estar cuando bajaran a los detenidos. Se escondió en el maletero, cubierto con mantas. En el silencio de la cabina vacía, llegó una señora de la limpieza y levantó una manta, para encontrarse con la cara de Dima. Y empezó a gritar. Esto atrajo la atención de la guardia de seguridad de la estación. Ya fuera del tren, Dima se dio cuenta que el vagón prisión había sido desenganchado, y que su vigilancia había sido en vano. El guardia exigió ver su billete. Dima se lo entregó. El guardia lo miró de arriba abajo, y le preguntó si tenía algo que ver con los activistas de Greenpeace que acababan de llegar. Con su cámara en su bolsa y su coartada descubierta, Dima pensó que lo mejor era decir la verdad. "Sí", murmuró . El guardia le dio una mirada de complicidad, dos pulgares para arriba , y le dijo: " Vete entonces. Y buena suerte".

Ninguna agencia de fotos o de noticias fue capaz de conseguir las fotos que Dima obtuvo, dentro de un área acordonada por guardias de seguridad de la prisión. Y todas las agencias del mundo publicaron sus fotos, que son un importante registro de la saga en curso de los 30 del Ártico y su detención ilegal.

Poco a poco la financiación para reportajes de investigación se van eliminando y además el panorama mediático es cada vez más plano hasta ser casi monotemático. Los grupos de lucha y de denuncia como Greenpeace han tenido que empezar a hacer trabajos que en el pasado, habían sido hechos por una especie actualmente en peligro de extinción: el  periodista de investigación. Hemos asumido un rol mucho más activo en la puesta en marcha de investigaciones por parte de periodistas independientes para que busquen detrás de las noticias, para que consigan esa foto, ese video, que ayude al mundo a ser testigo de eso que muchos quieren ocultar.

La sociedad civil debe proteger los derechos para investigar y exponer la verdad de los peligros ambientales como la perforación de petróleo en el Ártico, con el mismo fervor con el que defendemos el derecho a la libertad de prensa. Ambas son herramientas importantes contra la corrupción y la capacidad de gobiernos y empresas poderosas para ocultar verdades incómodas y mantener a la gente en la oscuridad, cuando lo que realmente se necesita es el resplandor del conocimiento público.

El periodismo, como forma de activismo pacífico, es un derecho, no un crimen.

Brian Fitzgerald (@brianfit), es el responsable de la Unidad de Movilización digital de Greenpeace Internacional