Ayer la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera terrestre alcanzó las 400 ppm (partes por millón). Esto que parece un número más, tiene una gran trascendencia a escala planetaria. Nunca en la historia de la Humanidad se habían registrado niveles tan altos de este gas de efecto invernadero. Incluso los análisis efectuados en los hielos polares, que nos remontan 800.000 años atrás, muestran que la atmósfera terrestre nunca había alcanzado dichos valores.



Tendríamos que remontarnos más allá, hasta los 4,5 millones de años, en el registro fósil de la Tierra para poder ver niveles de CO2 semejantes. Lugares como la Península Ibérica eran bien diferentes a como la conocemos actualmente. Un lugar semiárido junto a un mar Mediterráneo hipersalino y prácticamente seco como consecuencia de la intensa evaporación. Las temperaturas medias mundiales eran 3-4ºC más alta que ahora (aquí superiores a los 5ºC), no había hielo en el Ártico, y el nivel del mar era entre 5 y 40 metros más elevado que el actual.

La diferencia con entonces (finales de la era Miocena) es que el proceso se fue produciendo muy lentamente (duró cientos de miles a millones de años). Esto permitió la adaptación progresiva de la flora y la fauna a esas condiciones, y donde recordemos no existía el Homo Sapiens.

Es evidente que este brutal aumento de gases de efecto invernadero, a escala planetaria, es consecuencia de nuestra adicción a los combustibles fósiles. Nos hemos permitido el lujo de quemar petróleo, carbón y gas sin control. Control que, ahora más que nunca, debería ser radical. Sin embargo, ningún Estado o Gobierno se atreve a realizar cuando no ir en su contra.

Como ejemplo, el caso de España. En el último año y medio, se han articulado varios reales decretos que han detenido el desarrollo de las energías renovables, las únicas que nos permiten disponer de energía limpia y que no emiten gases de efecto a la atmósfera. Y todo ello para favorecer al oligopolio energético de nuestro país. Compañías petroleras y eléctricas que tiene su beneficio en seguir quemando combustibles fósiles, cuando más mejor. Esto supone, en contraposición, nuestra ruina. Ruina que no solo es económica, sino que de seguir con este mismo modelo energético, nos llevarán al abismo climático.

Para evitarlo, podemos actuar. Greenpeace viene aportando desde hace años soluciones. “[R]evolución Energética 2012”  muestra a los gobiernos cómo proteger el clima eliminando los combustibles fósiles y reduciendo las emisiones de CO2 mientras garantizan la seguridad energética. Implementar una revolución en la forma en se produce y se usa la energía crearía 6 millones de empleos solo en los sectores de electricidad y calor. En el caso de España, el estudio “Energía 3.0” ha demostrado la viabilidad y las ventajas económicas de transformar el sistema energético con eficiencia, inteligencia y energía 100% renovable.  

Julio Barea (@juliobarea) responsable del área del Energía y Cambio Climático de Greenpeace